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Hortensia Contreras

APOGEO DE LOS MEXICAS

Podemos considerar el capricho que supuso la coincidencia de varios hombres excepcionales que permite comprender el triunfo de la nación mexica ante el peligro que significó el enfrentamiento con los tepanecas de Azcapotzalco.


<nos referimos al nuevo tlahtoani Itzcóatl, hijo del señor Acamapichtli y a Motecuhzoma Ilhuicamina, vástago de Huitzilíhuitl, al igual que quien llegó a ser sabio consejero, Tlacaélel. Mucho contó también su alianza con Netzahualcóyotl, el príncipe tezcocano, y el auxilio de fuerzas de otros señores para alcanzar lo que parecía imposible: la victoria sobre Azcapotzalco en un año 1-Pedernal, 1428.


La liberación de Tezcoco y la consolidación de la independencia de México-Tenochtitlan marcaron el comienzo de lo que iba a ser el último siglo de esplendor para el Pueblo del Sol. Pronto iba a constituirse una triple alianza entre Tenochtitlan, Tezcoco y Tlacopan, este último a modo de “estado pelele”, en sustitución de Azcapotzalco.


En los manuscritos de cantares prehispánicos se deja entrever cuál fue la actitud de los mexicas al sentirse libres de cualquier sujeción, como dueños absolutos de la tierra que les tenía asignada su dios.


Varios son los himnos, verdaderos cantos épicos, en que los antiguos forjadores de poesía expresaron su orgullo de ser pueblo predestinado al triunfo en la guerra; seguidores de Huitzilopochtli, identificado con el Sol.


Un poema en el cual se exalta a la ciudad de Tenochtitlan fue compuesto, al parecer, varios años después de la victoria sobre los tepanecas de Azcapotzalco. En él, a través de un enjambre de símbolos, surge luminosa la imagen de la metrópoli edificada en medio de los lagos. Tenochtitlan es la casa del Dador de la vida. Él a su vez la protege, la embellece y le da su palabra de mando: aurora de guerra, voluntad de conquista, atributo irrenunciable de la gente que allí mora.


He aquí la versión del texto náhuatl:


Haciendo círculos de jade se muestra la ciudad,

Irradiando rayos de luz, cual plumas de quetzal,

Se levanta México-Tenochtitlan.

Allí son llevados en barcas los nobles:

Sobre ellos se extiende floridaniebla.

¡Es tu casa, Ipalnemohuani, Dados de la vida!

Reinas tú aquí.

En Anáhuac se oyen tus cantos:

Sobre los hombres se extienden.

En Tenochtitlan s se yerguen los sauces blancos,

Aquí las blancas espadañas:

Tú, cual garza azul, extiendes tus alas volando,

Tú las abres y embelleces a tus siervos.

Huitzilopochtli revuelve la hoguera,

De su palabra de mando

Hacia los cuatro rumbos del universo.

¡Hay aurora de guerra en la ciudad!


Los años que siguieron al triunfo sobre Azcapotzalco constituyen un período de cambios radicales. Itzcóatl, el huey tlahtoani vencedor, aisitido siempre por su eficaz consejero Tlacaélel, con el rango de cihuacóatl, fue quien inició las reformas.


Primeramente concedió títulos de nobleza a los capitanes que se habían distinguido en la guerra. Luego hizo distribución de las tierras conquistadas. No sólo los nobles o pipiltin se vieron favorecidos, sino también la gente del pueblo, los integrantes de los calpulli, o barrios, gozaron asimismo de semejante beneficio. Tanta importancia tuvo esta antigua distribución de tierras que, todavía en tiempos de la Nueva España, en algunas reclamaciones formuladas por indígenas, como en la que se incluye en el Códice Cozcatzin, se apeló expresamente a esta temprana distribución de Itzcóatl y Tlacaélel.


Sobre la decisiva influencia que tuvo Tlacaélel en el ánimo de Itzcóatl, conviene recordar algunos testimonios sumamente expresivos. El cronista Diego Durán dice: “No se hacía en todo el reino más que lo que Tlacaélel mandaba”. Por su parte, la Crónica Mexicáyotl adjudica a Tlacaélel un título que no se ha encontrado atribuido a ningún otro señor o jefe de la nación Mexica. Dicho título es el de Camanáhuac tepehua, que, literalmente traducido, significa “conquistador del mundo”.


He aquí otro expresivo pasaje de la Séptima relación del cronista Chimalpain:

El primero en lal guerra, el varón fuerte, Tlacaélell, como se verá en los libros de años, fue quien anduvo proclamando, quien anduvo siempre persuadiendo a los mexicas de que Dios era Huitzilopochtli.


Si se da crédito al conjunto de testimonios que se conocen sobre la actuación de Tlacaélel, se habrá de reconocer la capital importancia que tuvo no sólo durante el reinado de Itzcóatl, sino también a lo largo de los posteriores gobiernos de Motecuhzoma Ilhuicamina y Axayácatl. A sugerencia de Tlacaélel, además de los títulos de nobleza otorgados y de la repartición de tierras, se implantaron otros cambios fundamentales en la organización política, social, económica y religiosa.



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