Un recorrido por el Centro Histórico de la Ciudad de México a través de algunas de sus pinturas más conocidas.
México es un país que cuenta con un acervo artístico digno de ser admirado, estudiado y promovido en todos los niveles. Cuenta con una historia artística que nos transporta al mundo prehispánico y continúa a lo largo de los siglos hasta nuestros días. Hubo un tiempo en el que muchas de las joyas que hoy podemos disfrutar estuvieron escondidas o en olvido. Pero hoy las hemos rescatado y gracias a ese trabajo y a las labores que actualmente continúan siendo realizadas, es que podemos hablar de ellas y esperemos que en un futuro se revelen nuevos secretos.
Uno de los aspectos más relevantes de las obras de rescate del Centro Histórico de la Ciudad de México, es que gracias a ellas se permite incrementar la promoción del acervo artístico y cultural que guardan muchos de los edificios, que ya en si mismos forman parte de un patrimonio histórico cultural único.
Empecemos a vislumbrar una parte de la magia que encierran estas calles con un recorrido que parta del corazón de la ciudad, donde palpita la vida cultural, religiosa, artística y aún política de un pueblo apasionado y lleno de vitalidad. En este lugar se guardan los vestigios de la parte medular del gran centro ceremonial de la capital imperial del pueblo mexica. Con su rescate y revitalización, el pueblo de México recuperó piezas maravillosas del arte escultórico que dominó la escena de la expresión plástica de su tiempo, destinados básicamente al ritual religioso de un pueblo profundamente dedicado a mantener un vínculo cercano con sus dioses y mitos. Aquí, a través de un intenso trabajo coordinado por el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, se rescataron piezas únicas, tales como la diosa de la Luna, la señora Coyolxahuqui, extraordinaria escultura que nos recuerda la batalla cósmica entre el Sol y la Luna, de la que sale victorioso el dios tutelar de los mexicas, el señor Huitzilopochtli.
También en los trabajos de rescate se encontraron varios ejemplos de la escultura en barro, género en el que sobresalían los artistas del Valle de México. Algunas de estas piezas tuvieron que ser sometidas a un elaborado trabajo de restauración por parte de verdaderos artistas de esta especialidad, y gracias a quienes ahora podemos disfrutar de la belleza plástica del guerrero Águila, del señor de la Muerte, Mictlantecuhtil y también de la representación de un sacerdote dedicado al culto del señor de la primavera y la renovación, Xipe Totec.
Finalmente, y expuesta como una de las joyas de estos trabajos de recuperación del sitio podemos admirar la maravillosa escultura de la diosa Taltecuhtli, señora de la Tierra, que desde el remoto pasado nos observa, con mirada perpleja, como tratando de explicarse el por qué los hombres nos atrevimos a sacarla de su centenario y sagrado sueño.
Adentrándonos en una de las calles paralelas al Templo Mayor, encontramos el Colegio de San Ildefonso. En 1573 los jesuitas iniciaron su labor educativa en la capital de la Nueva España con la fundación de varios colegios seminarios, siendo uno de los más importantes el de San Ildefonso.
Tras la expulsión de la orden decretada por el rey Carlos III en 1767, el edificio se convirtió en cuartel de milicia novohispana y más tarde volvió a tener funciones como colegio, pero esta vez administrado por el gobierno virreinal y dirigido por el clero secular. Más adelante fungió como sede temporal de la Escuela de Jurisprudencia, también fue sede de algunas cátedras de la Escuela de Medicina y durante la segunda mitad del siglo XIX sirvió como cuartel de las tropas norteamericanas y francesas durante su ocupación de la capital del país.
Ya en 1867 el gobierno de Benito Juárez promulgó la Ley Orgánica de Instrucción Pública mediante la cual se creó la Escuela Nacional Preparatoria misma que decidió tener como sede el edificio en cuestión. En 1910 la Escuela Nacional Preparatoria pasó a formar parte de la recién fundada Universidad Nacional, obra de Justo Sierra. Es durante esta época que las autoridades universitarias planearon ampliar las instalaciones con la construcción de un edificio anexo donde se instalarían oficinas además de un anfiteatro. Este Anfiteatro quedó concluido y el 22 de septiembre de 1910 fue sede de la inauguración de la Universidad Nacional de México.
Es en 1922 cuando Diego Rivera, uno de los tres máximos exponentes del muralismo mexicano, recibió la comisión de pintar, en el interior del recinto, un mural. Dando inicio con esto a la faceta de muralista del pintor más famoso del país. La obra fue realizada con la técnica de la encáustica, una técnica a base de resina de copal emulsionada con cera de abeja y una mezcla de pigmentos fundidos con fuego directo, está ubicada directamente sobre el muro del proscenio y en lo que fue la concha acústica del recinto escénico.
La Creación es un mural que alude al momento primigenio del hombre y al camino que éste deberá recorrer hacia al arte y la ciencia, basándose en la práctica de las virtudes. Es una composición en la que se funden las cualidades estéticas recién adquiridas por el espíritu creador del pintor y las cualidades filosóficas alentadas por el pensamiento de José Vasconcelos, en ese momento protector y promotor de la obra del naciente Movimiento Muralista Mexicano.
Otros importantes representantes del Movimiento Muralista Nacional fueron los artistas que participaron en parte de la decoración del Edificio; David Alfaro Siqueiros, Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas y el gran José Clemente Orozco quien decoró los muros norte en los tres niveles del patio principal con una obra que abarca de 1924 a 1926. Ya para 1930 el pintor Fernando Leal pintó al fresco La Epopeya Bolivariana, obra que decora el vestíbulo del recinto.
Toda la obra pictórica del recinto busca reivindicar el sentimiento nacionalista que nace del Movimiento Revolucionario nacido en 1910.
Más arte por descubrir y disfrutar.
Continuamos caminando sobre la calle de Tacuba, una de las principales calzadas que unía el corazón de la capital mexica con tierra firme. Es la calle que en tiempos coloniales albergó el mayor número de comunidades hospitalarias tan necesarias y populares de la época.
Uno de estos era el Convento de Betlemitas, donde en la actualidad se encuentra el Museo Interactivo de Economía MIDE. Un poco más adelante, a mano derecha nos encontramos con la Plaza Manuel Tolsá, adornada en su centro con la famosa estatua el Caballito, la figura ecuestre de Carlos IV de factura del propio Tolsá. Bordeando la plaza nos encontramos con el Palacio de Minería que es uno de los edificios más representativos del estilo neoclásico en México, obra también del valenciano Tolsá. El escultor y arquitecto realizó otras obras importantes en la ciudad de México, Puebla y Guadalajara, acreditándolo como un excelente artista. Frente al magnífico edificio del Palacio de Minería nos encontramos con el Museo Nacional de Arte, también conocido como MUNAL, antiguo Palacio de las Comunicaciones y obra del arquitecto Silvio Contri, que hoy día alberga una de las colecciones de pintura y escultura, mexicana y europea, más importantes del país.
El arte alojado en todos estos monumentos ayuda a abrir los sentidos del espectador y experimentar la presencia de la sensibilidad hacia la belleza y permite que nos acerquemos con emoción a la riqueza de la vida y la historia de nuestra nación. En el predio donde hoy se levanta el Museo Nacional de Arte antes estuvo ubicado el hospital de San Andrés, donde se veló y embalsamó el cadáver de Maximiliano de Austria y que como Palacio de Comunicaciones y obras Públicas fue inaugurado por Francisco I. Madero en 1911.
Ahora dejamos la Plaza Tolsá con todo su acervo artístico e histórico que nos deja una sensación de, como dice Sor Juana Inés de la Cruz, haber despertado nuestra habilidad de “oír con los ojos” y así poder captar los ecos del pasado y lo efímero del tiempo y el espacio.
Al llegar al final de la calle nos encontramos frente a uno de los edificios, legado del Porfiriato, más imponentes del Centro Histórico de la Ciudad: El Palacio de Bellas Artes. Ubicado en el predio donde se encontraba el antiguo convento y hospital de Santa Isabel. Los planes de modernización que se llevaron a cabo durante aquella administración, llevaron a demolerlo con fin de construir el teatro concebido para ser el más moderno de su época. Así, se contrató al arquitecto italiano, Adamo Boari para que iniciara la construcción en 1904. Pronto la crisis económica y el estallido de la Revolución llevó a la suspensión de las obras y Boari dejó el país en 1916 dejando terminado solo el exterior y el esqueleto del resto del edificio. Ya en paz, hacia 1930, el Estado tomó la decisión de continuar con las obras y cuatro años más tarde fue inaugurado por el presidente Abelardo Rodríguez con un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección del maestro Carlos Chávez.
El Palacio de Bellas Artes es un edificio en el que podemos observar, en la plástica misma del monumento, el resumen de la compleja historia de la primera mitad del S. XX. Una historia de contrastes como se puede observar en el Art Nouveau que luce en su exterior y su decoración Interior bajo los cánones del Art Decó. El interior de la sala central está dotado de un telón maravilloso, un mosaico de coloridos cristales que evocan la vista de los volcanes guardianes del Anáhuac, el Popocatépetl y el Iztacihuátl, imagen tomada de un diseño del Dr. Atl y elaborado en los talleres de la casa Tiffany en Nueva York.
El interior del recinto, además de contar con la sala central, se encuentran otras salas destinadas originalmente a conciertos de música de cámara, o el espacio para el Museo de Artes Plásticas cuyos pasillos exteriores lucen la obra mural de algunos representantes más destacados del Movimiento Muralista Mexicano: Diego Rivera con , viendo con esperanza y alto espíritu la elección de un futuro nuevo y mejor y también el tríptico con la Danza de Hichilobos, México folklórico y turístico-Carnaval de Huejotzingo y La Dictadura; Roberto Montenegro con la Alegoría del Viento; José Clemente Orozco y su grandiosa Kathatsis; David Alfaro Siqueiros con el tríptico La Nueva Democracia y su visión de Cuauhtémoc y la conquista española con su Tormento y el Cuauhtémoc Redivivo; y Manuel Rodríguez Lozano representado por su Piedad en el Desierto transportada en bastidor desde la cárcel de Lecumberri para cuyo vestíbulo fue concebida. Finalmente el tercer piso alberga el Museo de la Arquitectura. Así todo el conjunto se convierte en un museo en sí mismo donde la plástica converge con las artes escénicas en una carrera interminable hacia la estimulación y el mayor placer de los sentidos.
A un costado del Palacio de Bellas Artes se extiende el famoso parque de la Alameda, célebre desde tiempos virreinales a donde las clases privilegiadas llegaban a pasear y al mismo tiempo ver y dejarse ver. En el costado opuesto de este hermoso parque se encuentra un pequeño edificio en el que se encuentra el Laboratorio Arte Alameda donde se encuentra uno de los más populares murales del maestro Diego Rivera, Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. El fresco de 72 metros cuadrados fue creado por el pintor para el Hotel del Prado en 1947. Más tarde, como resultado del devastador terremoto de 1985 el hotel tuvo que ser demolido pero se logró salvar el mural y con la coordinación del Instituto Nacional de Bellas Artes, pudo ser trasladado al edificio ubicado al poniente de la Alameda.
La composición contiene imágenes que rememoran la infancia del pintor y es al mismo tiempo la interpretación muy personal de Rivera de una síntesis de la historia de México, desde los tiempos en que el tribunal del Santo Oficio enviaba al “quemadero” a sus sentenciados a muerte, hasta el México moderno que le tocó vivir. El colorido de la pintura es extraordinario y se concentra en la parte central donde se presenta a la multitud que acude a pasear un domingo por la tarde en uno de los parques más populares de la ciudad. Las tonalidades de verde de la vegetación contrastan luminosamente con los colores de los globos y la indumentaria de los niños, los vendedores ambulantes y los personajes de sociedad caracterizando de forma alegre y colorida un elemento que siempre ha distinguido a la sociedad mexicana; el contraste entre la riqueza y la pobreza.
En el centro destacan tres figuras principales. Una, la famosa “catrina” o la calavera elegante que toma el brazo de su creador, el grabador José Guadalupe Posada. A la derecha de este par se aprecia un autorretrato de Diego en su niñez sosteniendo un paraguas. Detrás de él se puede ver a su esposa Frida Kahlo y al poeta cubano José Martí. La composición central logra el equilibrio con la presencia del globo aerostático de Joaquín de la Cantolla, quien en 1903 hace su primer vuelo desde la ciudad de Puebla hasta la de México.
En su totalidad el mural no sólo busca resumir el tiempo y la historia de un país creador y enamorado del arte, sino que además logra sintetizar al Movimiento Muralista en su conjunto. De manera que se refleja el afán de los pintores de las generaciones de la primera mitad del siglo XX, en utilizarlo en su función didáctica promoviendo a través de su lenguaje pictórico su misión educativa. Estos pintores, además de ser creadores de arte y de cultura, se presentan a si mismos como verdaderos maestros de la historia, obviamente desde su perspectiva del devenir nacional.
Faltan muchos... no hemos visitado aún los murales de Palacio Nacional, de la Secretaría de Educación Pública, o el arte pictórico religioso, será en otra ocasión.
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