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Hortensia Contreras

Benito Juárez

Benemérito de las Américas

Mural de José Clemente Orozco ubicado en el Museo Nacional de Historia

Para llegar a ser presidente de la república, Benito Juárez tuvo que dejar de ser indio.

Nació en un pequeño pueblo de la Sierra Oaxaqueña el 21 de marzo de 1806. Descendiente de indios zapotecas, logró obtener el título de abogado del Instituto de Ciencias y Artes de la ciudad de Oaxaca en 1833.


No es que le molestara su origen zapoteca ni que el color de su piel lo avergonzara; por el contrario, se sentía orgulloso de sus orígenes. Sin embargo, para competir con los blancos, los criollos y los mestizos, para ser mejor que todos, tuvo que hacerlo con las armas que ellos manejaban eficientemente, las de la educación. En cuanto tuvo su título de abogado, Juárez se convirtió en ciudadano mexicano y socialmente abandonó su condición original.


Después, su carrera fue en ascenso, juez, diputado, magistrado, hasta llegar a Gobernador de su estado natal y después presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Luego, simplemente por ministerio de ley, tomó en sus mandos la presidencia de la república ya que su titular, Ignacio Comonfort, la había abandonado. Juárez no iba a soltar jamás la presidencia, hasta el día de su muerte fue presidente de México. Catorce años y seis meses sin interrupción.


Siempre fue simpatizante de los principios liberales, por ellos se inició en la masonería y por ellos emprendió la más importante obra de reforma que ningún mexicano se había atrevido a hacer. Excelente político, quizá el más destacado que ha existido en México, fue además un hábil manipulador de hombres. Fue el primero en demostrar la supremacía del poder civil sobre el militar, y se distinguió por ser un creyente en la fuerza moral de las leyes, cuyo refinado manejo le permitió consolidar su poder unipersonal por encima de partidos, amistades e intereses. Claro que también cometió errores, pero supo sobreponerse a ellos. En sus primeros meses como presidente, su inexperiencia lo llevó a correr riesgos inmensos, al punto de tratar de hipotecar el territorio nacional. Sin embargo, aprendió bien la lección y en los días más difíciles para México, cuando estaba en juego la independencia y la soberanía, Juárez comprendió que en él, en su persona, encarnaban no solo la Constitución y la bandera nacional, sino la esencia misma de la patria.


Se convirtió no sólo en la figura más importante del siglo XIX mexicano, sino en un estadista de talla mundial, un hombre que sin problemas de conciencia tomaba decisiones prácticas. El que según ha dicho José Fuentes Mares, uno de sus principales biógrafos, “el que sin pestañear sacrificaba los escrúpulos a sus fines, un verdadero hombre de estado”.


Es durante su presidencia que el país se sume en una terrible guerra civil entre liberales y conservadores, evento que dio pasó a la invasión francesa y a la aventura imperial de Maximiliano de Habsburgo. Con la invasión francesa, Juárez se vio obligado a salir de la capital del país, e iniciar un peregrinaje de cuatro años, durante los cuales, literalmente, llevó la soberanía y la dignidad nacional sobre su propio ser.


La resistencia de Juárez al invasor inspiró a los mexicanos. Esta vez supo conducirse con un respetable patriotismo que lo ayudó a resistir lo indecible: el abandono de sus generales y hasta de sus amigos, el clima infernal del desierto, la lejanía de su familia, la desesperación de los más leales y hasta la tentación de pedir ayuda a Estados Unidos.


En 1865 culminaba el periodo presidencial de cuatro años para el que Juárez había sido electo. A pesar de las críticas y consejos en contra, Benito Juárez haciendo uso de las facultades extraordinarias que el Congreso le había conferido, decidió prorrogar su mandato presidencial hasta que terminara la guerra contra la intervención y el imperio. Finalmente con el retiro de los franceses sobrevino la derrota de Maximiliano, quien fue capturado en la ciudad de Querétaro y su posterior fusilamiento.


En julio de 1867 Juárez regresa victorioso a la capital del país. Había superado la gran prueba de diez años de conflictos y era tiempo que gobernara conforme a la constitución que enarboló como bandera durante ese tiempo, pues debido primero a la Guerra de Reforma y luego a la Intervención Francesa y el Imperio, siempre había gobernado con facultades extraordinarias. Su primera prueba de fuego fue convocar a elecciones presidenciales, las que ganó sin dificultad, aunque miró con preocupación que su competidor más cercano era uno de sus antiguos colaboradores y protegidos, el General Porfirio Díaz, oaxaqueño como él.


Durante su última etapa de gobierno, Juárez aplicó las Leyes de Reforma. La propiedad eclesiástica fue vendida, y también fueron expropiadazas y rematadas las tierras comunales pertenecientes a los pueblos indígenas. Juárez no se tentó el corazón para reprimir violentamente a los indios que participaron en disturbios y rebeliones. El programa liberal de desamortización fue llevado acabo a plenitud y realmente Juárez fue el causante de que la propiedad raíz se concentrara en pocas manos, las de los hacendados, lo que daría paso a uno de los reclamos sociales que originarían la Revolución Mexicana a principios del siglo siguiente. Juárez sólo dejó la presidencia porque murió de un ataque al corazón en Palacio Nacional, el día 18 de julio de 1872. De haber vivido más, seguramente hubiese permanecido en la presidencia al menos hasta la siguiente elección. Se le ha criticado su excesivo amor a la silla presidencial; ciertamente, ese fue su rasgo distintivo, del que lo acusaban con razón sus detractores, sin embargo, también fue ese el factor que mantuvo independiente, libre y soberana a la patria.


Adaptación de María Hortensia Contreras Villarreal, de “Biografías” de Rosas y Villalpando.

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