Esta vez quisiera hacerme eco de las palabras que el también poeta, Dámaso Alonso, dedica para el prefacio del texto “Ancia” de Blas de Otero.
“…Para otros, el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y toda serenidad. Hemos vuelto los ojos en torno, y nos hemos sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizá tan desgraciadas como nosotros mismos: [monstruo entre monstruos] o nos hemos visto cadáveres vivientes, pudriéndose todos, inmenso montón, para mantillo de no sabemos qué extrañas flores, o hemos contemplado el fin de este mundo, planeta ya desierto en el que el odio y la injusticia, monstruosas raíces invasoras, habrán ahogado, habrán extinguido todo amor, es decir, toda vida. Y hemos gemido largamente en la noche. Y no sabíamos hacia dónde vocear.
Yo gemía así. Y el contraste con toda poesía arraigada es violentísimo.
Pero yo no estaba solo. ¿Cómo, si la mía no era sino una partícula de la doble angustia en que todos participábamos, la permanente y esencial en todo hombre, y la peculiar de estos tristes años de derrumbamiento, de catastrófico apocalipsis? Sí; el fenómeno se ha producido en todas partes, allí donde un hombre se siente solidario del desnorte, de la desolación universal. Mi voz era sólo una entre muchas de fuera y dentro de España, coincidentes todas en un inmenso desconsuelo, en una búsqueda frenética: de centro o de amarre. ¡Cuántos poetas españoles han sentido esta llamada!El país vasco, poco fértil en poetas está bien representado por Juan de Leceta (San Sebastián) y Blas de Otero (Bilbao). De este último hablemos un poco, Hay cierta bronquedad, cierta hirsutez en su poesía.
Esa brusquedad se corresponde muy bien con el fondo de su poesía; y no nos engañemos, este poeta tiene un extraordinario dominio de su palabra. Su verso es áspero, no por otra cosa, sino porque se corresponde con el derrumbamiento en huída del mundo y de su imagen del mundo.
La poesía de Blas de Otero es quizá una de las más conmovedoras de la década de los cincuentas. Otero es quien con más lucidez que nadie ha expresado los datos esenciales del problema del desarraigo. De ahí es de donde brota todo este canto frenético y en girones:
Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
Apuntalar las ruinas”
Nuestro terrible destino es ése: apuntaladores de ruinas.
El primer tema que se sitúa como centro obsesionante de su poesía es nihilista: desolación, vacío, vértigo:
Desolación y vértigo se juntan,
Parece que nos vamos a caer,
Que nos ahogan por dentro. Nos sentimos
Solos…”
Profundamente cala, agarra, esta desposeída sombra:
“…y nuestra sombra en la pared
No es nuestra, es una sombra que no sabe,
Que no puede acordarse de quién es.”
Esta visión de enorme noche sin límite para el desconsuelo, de desolado vacío, está esparcida como una tristeza esencial que penetra todos los rincones de la poseía de Otero. Oquedad creciente, invasora, que nos absorbe y nos lleva a nuestro problema único, por la eficacia, el poder de captación del poeta. Posee Otero una capacidad idiomática condensadora, estrujadora de materia, superior quizá a la de casi todos sus coetáneos,, comparable, por lo que toca a su fuerza y nitidez, a las de un García Lorca y de algunos otros poetas de la misma generación; a veces comparable al más angustiado y apretado Quevedo. Como en este soneto que tiene por título “Hombre”:
“Luchando, cuerpo a cuerpo , con la muerte,
Al borde del abismo, estoy clamando
A Dios. Y su silencio retumbando,
Ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
Despierto, y, noche a noche, no sé cuándo
Oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
Solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser -y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!”
Este eterno y fugitivo agonizante que pregunta desgarradoramente a Dios, grita horrorizado para mantenerle despierto, hablando solo, arañando las sombras en vano intento de descubrir la esencia y la forma imposibles; sí, este miserable en agonía, expresa bien la angustia de nuestra búsqueda desesperada. Así, toda la poesía de Otero es una desesperada carrera hacia Dios, un buscar en soledad. Una búsqueda que es también una lucha con Dios, un luchar con Ël para hallarle, para mantenerle despierto, como en el soneto “Hombre”. La expresión es a veces de dura energía. La mano de Dios llega o hiela; el poeta no la puede resistir:
“Me haces daño, Señor. Quita tu mano
De encima. Déjame con mi vacío,
Déjame. Para abismo, con el mío
Tengo bastante. Oh Dios, si eres humano,
Compadécete ya, quita esa mano
De encima. No me sirve. Me da frío
Y miedo.”
Otero ha sido dotado de unos medios expresivos que extraordinariamente mueven al lector en un intervalo muy amplio, que va desde la terrible sacudida, que es la predominante, hasta la suave gracia de la brisa primaveral que algunas veces nos invade.
Asustan la fuerza y la madurez de esta voz. Dentro de la poesía desarraigada española, dentro de esta poesía en la que muchos buscamos angustiosamente nuestras amarras esenciales -¡No existenciales!-, la obra de Blas de Otero es una maravillosa realidad. Y una larga esperanza.
(Dámaso Alonso, 1952)
LASTIMA (Blas de Otero)
Me haces daño, Señor. Quita tu mano
De encima. Déjame con mi vacío,
Déjame. Para abismo, con el mío
Tengo bastante. Oh Dios, si eres humano
Compadécete ya, quita esa mano
De encima. No me sirve, me da frío
Y miedo. Si eres Dios, yo soy tan mío
Como tú. Y a soberbio, yo te gano,.
Déjame. ¡Si pudiese yo matarte,
Como haces tú, como haces tu! Nos coges
Con las dos manos, nos ahogas. Matas
No se sabe por qué. Quiero cortarte
Las manos. Esas manos que son trojes
Del hambre, y de los hombres que arrebatas.
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