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Hortensia Contreras

Celebración del 12 de octubre (1492)

Hace unos días recordamos en el mundo de habla hispana la hazaña que cambió para siempre el rostro y el caminar del mundo occidental. Y México a veces lo recuerda con sentimientos encontrados la mayor parte de las veces porque a partir de este encuentro de dos pueblos, de dos formas de ver el mundo que se inauguró con la llegada del almirante genovés Cristóbal Colón. Y para recordar fecha tan señalada quisiera compartir un par de viñetas que sobre el evento nos dejó el escritor uruguayo, Eduardo Galeano en sus Memoria del Fuego:


“… 1492 La ruta del sol hacia las Indias

Están los aires dulces y suaves, como en la primavera de Sevilla, y parece la mar un río Guadalquivir, pero no bien sube la marea se marean y vomitan, apiñados en los castillos de proa, los hombres que surcan, en tres barquitos remendados, la mar incógnita. Mar sin marco, hombres, gotitas al viento. ¿Y si no los amara la mar? Baja la noche sobre las carabelas. ¿Adónde los arrojará el viento? Salta a bordo un dorado, que venía persiguiendo a un pez volador, y se multiplica el pánico. No siente la marinería el sabroso sabor de la mar un poco picada, ni escucha la algarabía de las gaviotas que vienen desde el poniente. En el horizonte, ¿empieza el abismo? En el horizonte, ¿se acaba la mar? Ojos afiebrados de marineros curtidos en mil viajes, ardientes ojos de presos arrancados de las cárceles andaluzas y embarcados a la fuerza: no ven los ojos esos reflejos anunciadores de oro y plata en la espuma de las olas, ni los pájaros de campo y río que vuelan sin cesar sobre las naves, ni los juncos verdes y las ramas forradas de caracoles que derivan atravesando los sargazos. Al fondo del abismo, ¿arde el infierno?¿A qué fauces arrojarán los vientos alisios a estos hombrecitos? Ellos miran las estrellas, buscando a Dios, pero el cielo es tan inescrutable como esta mar jamás navegada. Escuchan que ruge la mar, ronca voz que contesta al viento frases de condenación eterna, tambores del misterio resonando desde las profundidades: se persignan y quieren rezar y balbucean: Esta noche nos caemos del mundo, esta noche nos caemos del mundo…



Y el 12 de octubre…..Colón cae de rodillas, llora, besa el suelo. Avanza, tambaleándose porque lleva más de un mes durmiendo poco o nada, y a golpes de espada derriba unos ramajes. Después, alza el estandarte. Hincado, ojos al cielo, pronuncia tres veces los nombres de Isabel y de Fernando. A su lado, el escribano Rodrigo de Escobedo, hombre de letra lenta, levanta el acta. Todo pertenece desde hoy, a esos reyes lejanos: el mar de corales, las arenas, las rocas verdísimas de musgo, loa bosques, los papagayos y estos hombres de piel de laurel, que no conocen todavía la ropa, la culpa ni el dinero y que contemplan, aturdidos, la escena.

Luis de Torres traduce al hebreo las preguntas de Cristóbal Colón: -¿conocéis vosotros el Reino del Gran Kahn? ¿de dónde viene el oro que lleváis colgado de las narices y las orejas? Los hombres desnudos lo miran, boquiabiertos, y el intérprete prueba suerte con el caldeo que algo conoce: -¿oro? ¿templos? ¿palacios? ¿rey de reyes? Y luego intenta la lengua arábiga, lo poco que sabe: -¿Japón? ¿China? ¿Oro? El intérprete se disculpa ante Colón en la lengua de Castilla. Colón maldice en genovés, y arroja al suelo sus cartas credenciales, escritas en latín y dirigidas al Gran Kahn. Los hombres desnudos asisten a la cólera del forastero de pelo rojo piel cruda, que viste capa de terciopelo y ropas de mucho lucimiento. Pronto se correrá la voz por las islas: ¡Vengan a ver a los hombres que llegaron del cielo! ¡Tráiganles de comer y de beber!”

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