…y ahora toca rendir un homenaje a otro gran poeta, el peruano universal César Vallejo
Nace Vallejo el 16 de marzo de 1892, en Santiago de Chuco, La Libertad, Perú; y el 16 de abril de 1938, muere -“de vida y no de tiempo”- en un París triste y lluvioso.
Vallejo no tuvo en vida el éxito ni la fama de los poetas modernistas que lo antecedieron, Pero su poesía trascendió y anuló al movimiento.
En Perú, además de Vallejo contra el modernismo están José Ma. Eguren y Abraham Valdelomar.
En Vallejo aparece una temática familiar y cotidiana: el hogar, los padres, los hermanos, los cholos, la comida casera, la chicha de las festividades, el suertero del pueblo, etc. Y en su poesía se conjugan maravillosamente la oscuridad más singular, personal y artística con una familiaridad vulgar o cotidiana y también repentinamente artística por la espontaneidad, precisión e intensidad con que ha sido sentida y expresada. Es el poeta de una realidad diaria, cercana, hogareña. Debido a una intensidad del sentimiento poético que lo arroja a una definitiva e incurable oscuridad expresiva, Vallejo aparece desde un principio como un poeta universal, afincado desde su temprana juventud en “la mayoría del dolor sin fin”.
Su poesía no es fácil de memorizar o repetir, no está hecha para el canto o la conversación. Sus versos no andan de boca en boca, muchos de sus poemas no son recitables, ni siquiera legibles en voz alta. Exigen de una silenciosa concentración. “a literatura -según Warren y Welleck- no es reflejo del proceso social, sino la esencia, suma y cifra de toda la historia”. Tal es el caso de Vallejo. Su obra poética es una cumbre de la literatura peruana y americana y castellana. Es también la cima esencial de un proceso histórico. César Vallejo señala el camino hacia una tierra prometido que él mismo no pudo alcanzar. Esta es la raíz y el secreto de la popularidad de su poesía. Al leerlo podemos quedarnos sin entender muchas palabras y giros verbales, aun puede escapársenos el sentido y la intención que el poeta le dio al verso, pero la emoción poética esencial nos llega siempre de forma ineludible.
A nadie debe extrañarle que a Vallejo, como a Martí, lo sientan suyo hombres de diversas confesiones. Se sabe que Vallejo, como Martí, fue un revolucionario; que Vallejo fue un comunista militante: pero ¿quién se atrevería a considerarlo enmurallado en sus creencias, a las que él había llegado “como un hombre que soy y que he sufrido”, cuando esas creencias no tienen nada que ver con una muralla? En la medida en que los otros sienten suyo a Vallejo, están sintiendo como suyos los grandes padecimientos de este hombre [en el buen sentido de la palabra, “bueno”]; de este comunista que murió también de universo, y sobre cuya tumba desnuda que todo hispanoamericano real visita conmovido en el cementerio de Montrouge, se oye arder este verso suyo: “su cadáver estaba lleno de mundo”.
Y la guerra civil española será también su última batalla. Vallejo representará uno de los papeles más dramáticos de esa tragedia. Ya no le queda más que la muerte y la desgracia para celebrar el triunfo de su cálido humanismo. En España está la humanidad luchando contra nuevos y más feroces “Heraldos negros”. Como en el Guernica de Picasso, en los poemas dedicados a España, los planos verbales chocan y se entrecruzan en tonos sombríos y lacerantes blancuras; son fragmentos incandescentes de un verbo erizado que estalla en esquirlas arrojadas por el más vívido de los sentimientos: el amor Ese amor que finalmente triunfará sobre la muerte, la maldad y el destino, porque “el hombre ha de ser bueno, sin embargo”.
Próximo está el fin. El hambre, la miseria y sobre todo la infame intriga y la calumnia política de quienes lo tuvieron tan cerca, sepultaron en el silencio su obra, arrinconaron a este diáfano antropoide” que luchó no sólo para dar de comer al hambriento, sino por la transformación del hombre:
“jamás como hoy, me he vuelto
Con todo mi camino a verme solo”.
“César Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos sin que él les haga nada…”
Pero antes de morir, Vallejo lanzará una letanía admonitiva, previniendo a los “niños de España”, a los que más tarde serán hombres, contra los futuros traidores, farsantes, falsos y filisteos redentores, hipócritas y calumniadores, cobardes o intrigantes:
“¡Cuídate España, de tu propia España!
¡Cuídate de la hoz sin el martillo!
¡Cuídate del martillo sin la hoz!
¡Cuídate de la víctima a pesar suyo
Del verdugo a pesar suyo!”
“Cuídate del que, antes de que cante el gallo,
Negárate tres veces!”
“¡Cuídate del leal ciento por ciento!”
“¡Cuídate de los nuevos poderosos!”
“¡Cuídate de los que te aman!”
“¡Cuídate de la República!”
“¡Cuídate del futuro!”
Vallejo ha pagado con su vida la comprensión total de su humanismo.
Sin nada que perder, porque todo lo perdió, sólo dejó su muerte para expresar su vida: al fin de su batalla, y muerto, es únicamente la fuerza de la solidaridad universal, es solamente el infinito poder de nuestro amor activo y creador, el que lo levanta y lo conduce, inmortal hasta hoy, hasta nosotros, …”Ardiendo, comparando,
Viviendo, enfureciéndose
Golpeando, analizando, oyendo, estremeciéndose,
Muriendo, sosteniéndose, situándose, llorando…
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