Esta semana como que ya estamos más cerca de una de las fiestas más importantes en nuestras tradiciones mexicanas: la celebración del Día de Muertos. Para esto recurro a una editorial publicada hace unos cuantos años para la revista “Crónicas y Leyendas Mexicanas” escrita por su director general, el investigador don Jermán Argueta y que titula:
NO HAY QUE DEJAR MORIR A NUESTROS MUERTOS y que va como sigue: ¡Viene la muerte cantaaandooo, Allaaaaá por las nopaleras! ¡¿En qué quedamos, pelonaaa?! ¿Me llevas o no me llevaaas?!
YA ESTA AQUÍ LA AMIGA DE TODOS!!!!
Sí, la Muerte: Y póngale el nombre que quiera: catrina, calavera, calaca, dientona, huesuda, flaca,fría, tilica, tiesa, pelona…¡Ya está aquí la tía de las muchachas!
Es hora de poner nuestra ofrenda de muertos. Ellos llegarán este primero y dos de noviembre y vendrán a consumir la esencia de la ofrenda. Son los muertos que regresan para visitarnos y pedir pan, frutas, sal, agua, y porqué no, aguardiente, tequila, pulque, mole con arroz, tamales, calaveritas de azúcar, calabaza con piloncillo y uno que otro antojito. Son los muertos que nos dieron vida y no quieren olvido. Son los muertos que nos acompañan en su día. Sí, porque el mito y la tradición del Día de Muertos es la forma más eficaz de combatir lo efímero de la vida humana. El mito es una realidad; un ritual que viene del pasado, una estrategia del presente para renovarse y percibir lo eterno.
El Día de Muertos tiene una significación que rebasa el mero festejo a nuestros difuntos. El más allá es un dialogo con la otra vida. Es una tradición que nos permite hablar con los que se fueron. Es, al fin y al cabo, una comunicación donde los muertos son nuestra raíz, nuestra savia, nuestro equilibrio aquí en la tierra, La relación con ellos es un acto de memoria. Por eso no hay que dejar morir a nuestros muertos. Quien los deja morir no tiene memoria de origen; se le diluye poco a poco.
El Día de Muertos es el acto de rememorar as viejas huellas, rememorar es un combate contra el olvido. Renovarse en ellos es vivir. Memoria y olvido son una unidad; pero la memoria es luz, el olvido oscuridad; un vacío que nos puede llevar a la nada. La memoria es el polo opuesto al olvido. Nuestros muertos sólo existen si los tenemos presentes en la memoria. Por ellos estamos aquí, recordarlos es un tributo que dignifica lo sagrado y la breve estancia de nuestra existencia.
El Día de Muertos es el equilibrio de los vivos que no naufragan, es parte de nuestra identidad. El Día de Muertos es una fiesta, es una representación colectiva donde todos somos actores: vivos y muertos.
Y con nuestros muertos también llega su majestad la Muerte; baja a la tierra y convive con todos los mexicanos. Su majestad, la Muerte, es tan simple, tan llana y tan etérea que con sus huesos y su sonrisa está en nuestro regazo, altar, galería y, por si fuera poco, nos pela los dientes.
Así es como el investigador Argueta nos regala con su conocimiento de las tradiciones, crónicas y leyendas que la sabiduría popular ha ido tejiendo a través del tiempo.
¡Disfrutemos de la fiesta!
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