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Hortensia Contreras

El Castillo de Chapultepec: Museo Nacional de Historia. 1ª Parte El Cerro del Chapulín

Cuando los primeros pobladores llegaron al Valle del Anáhuac, frente a sus ojos se abrió la perspectiva de una cuenca con cinco lagos y fértiles tierras ribereñas rodeadas de montañas, varias elevaciones volcánicas de menor tamaño quedaban dispersas en el amplio valle. Con el paso de los siglos, las poblaciones se agruparon en una parte céntrica del valle cuyo cerro más alto se llamó, más tarde, Chapultepec.

La colina está formada por rocas de origen volcánico; se acepta comúnmente que su nombre, de origen nahua, significa “cerro del chapulín” y se representa con un signo que ilustra un saltamontes sobre el símbolo de una elevación. Si en tiempos prehispánicos el panorama era de lagos y montañas, hoy Chapultepec domina la vista de una de las urbes más grandes del mundo, desde el corazón del enorme parque y centro cultural del mismo nombre que tiene como símbolo, precisamente, el Castillo que se levanta en su cima.

En tiempos antiguos, y hasta el siglo XIX, en las faldas del cerro brotaban tres manantiales cuya agua satisfizo las necesidades de los habitantes del valle. Se ha documentado la historia del cerro desde 1300 aproximadamente, año en que las crónicas prehispánicas lo ubican como un sitio de asentamiento tolteca. La “tura de la peregrinación”, códice nahua, señalan que luego de la migración de mayoría tolteca, Ecitin y su familia permanecieron en el cerro; este personaje, según el documento, salió en busca de los mexica para enseñarles el camino hasta el valle del Anáhuac. Los mexica se asentaron en Chapultepec, pero las disputas por el control de las fuentes de agua con los tepanecas los obligaron a abandonar el bosque, tras una cruenta batalla, y a seguir peregrinando más al sur de la ribera lacustre.


Poco después de la fundación de Tenochtitlán, desde el siglo XIV, los tlatoani (señores supremos de los mexica), consideraron el cerro del chapulín y sus manantiales como lugar importante de culto religioso, por lo que erigieron un templo en su cima y realizaron sacrificios a los dioses del agua en sus laderas. Algunas crónicas señalan que el gobernante Moctecuzoma Ilhicamina ordenó la construcción de un palacio cercano a los manantiales y de un acueducto para surtir de agua dulce a la ciudad de Tenochtitlán.

La metrópoli mexica fue el objetivo de los conquistadores españoles, pues al dominarla obtendrían el control del vasto imperio mexicano. Con este fin, en su campaña militar de 1521 el capitán Cortés mandó destruir parte del acueducto. La falta de agua potable fue uno de los factores decisivos para derrotar al último tlatoani de los mexica; la conquista de la ciudad se consumó el 13 de agosto de ese mismo año.

Al repartir los territorios conquistados, Cortés se reservó las mejores tierras, entre las cuales se contaba Chapultepec. Sin embargo el rey Carlos I de España lo impidió al decretar que el bosque, el cerro y sus manantiales pertenecieran a la Ciudad de México para surtir de agua y esparcimiento a sus habitantes. En consecuencia, Chapultepec es el parque público más antiguo del continente.

Para 1550, el antiguo templo mexica en la cima del cerro había sido sustituido por una gran ermita dedicada a San Miguel Arcángel, de donde proviene el nombre del barrio que lo rodea, mismo que se conserva a la fecha, San Miguel Chapultepec. En el bosque tenían lugar partidas de caza y corridas de toros, entre otras actividades, para entretenimiento de la nueva nobleza colonial, según lo determinó don Luis de Velasco, segundo virrey de la Nueva España. El antiguo palacio mexica fue reconstruido y en él se recibía a los nuevos gobernantes y visitantes ilustres, hasta 1739 cuando la corona ordenó su abandono.


En 1784, Los arquitectos José Joaquín García de Torres y Francisco Antonio Guerrero y Torres, que laboraban para la Curia y para el real palacio, respectivamente, convencieron al virrey Matías de Gálvez para construir una residencia en la cima del cerro, donde había menos mosquitos y desde la cual se dominaba el panorama de la ciudad de México y su valle. La muerte del virrey no truncó los planes pues su sucesor, Bernardo de Gálvez quien era también su hijo, inició la construcción en 1785. Los fondos para levantar el edificio provinieron de la organización de corridas de toros, que se efectuaban dos veces al año, y así se crearon también empleos para los campesinos que abandonaros sus lugares de origen por la hambruna. El conde Bernardo de Gálvez no pudo ver la obra terminada pues falleció menos de dos años después. Pese a que el arquitecto Manuel Agustín Mascaró quien realizaba la obra del Castillo proyectada por el ingeniero y coronel Francisco Bambiteli, deseaba concluirla, nuevas órdenes de la Corona obligaron a suspender la edificación, pues en la corte española había temor por los afanes independentistas que empezaban a prosperar en la Nueva España. La Corona ordenó, incluso, que la construcción fuese vendida para recobrar los recursos invertidos en ella, pero en virtud de que el Castillo quedaba aislado del casco urbano y no tenía agua ni terrenos cultivables, no hubo ofertas de consideración.

El edificio quedó inconcluso y abandonado, y en estas condiciones vio transcurrir los once años que duró la guerra de Independencia hasta su consumación en agosto de 1821. No hay vestigios de que hubiera planes específicos para ocupar la construcción sino hasta 1833, cuando se propuso instalar allí el Colegio Militar.

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