El cine mexicano contemporáneo no puede dejar de contemplar la obra de Jaime Humberto Hermosillo quien hizo de la independencia y la libertad de creación su bandera artística.
El pasado lunes trece de enero de este año que estamos iniciando, murió Hermosillo, y con él, se fue uno de los artistas más destacados de la cinematografía mexicana de finales del siglo pasado.
Nacido en la ciudad de Aguascalientes en 1942 estaba a punto de cumplir setenta y ocho años.
Pronto se mudó a Guadalajara y más tarde a ciudad de México donde formó parte de las primeras generaciones del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos -el CUEC- y, junto a su larga trayectoria como cineasta, fue también catedrático en la Escuela de Artes Audiovisuales de la Universidad de Guadalajara. Apenas unos años de fundado el CUEC, Hermosillo dirigió su primer cortometraje de ficción, titulado Homesick (1965), del cual también fue guionista, y esta sería la tónica que mantendría a lo largo de una larga filmografía. Siempre prefirió ser el autor de las historias que dirigía y muchas veces fungió también como editor y por lo regular participaba de manera significativa en la producción de sus películas.
La importancia de Jaime Humberto Hermosillo superará siempre los previsibles homenajes que vendrán con su desaparición. Maestro en el sentido más amplio, Hermosillo murió “campeón sin corona” según él mismo se definió en una entrevista que le hizo Cristina Pacheco en el 2013. Y según él mismo explicó es que toda corona tiene su peso. El peso de la fama le hubiera implicado la renuncia parcial a esa libertad que fue su más preciado bien. Ahora que ha muerto habrá que clasificar y estudiar su obra, sobre todo la gran cantidad de películas que dejó sin publicar en los más diversos formatos. Es importante que estos trabajos vean la luz porque Hermosillo dio voz a deseos innombrables pero amorosos; escandalosos, pero siempre expresados con la despreocupación de quien tiene sentido del humor. Considerando las circunstancias de tiempo y lugar, al artista le tocó no sólo vivir sino más bien sufrir un entorno sociocultural pacato, moralino e hipócrita, poco o nada dispuesto a tolerar de buen grado la presencia, propuesta y voz de un cineasta declaradamente gay. A pesar de todo, Hermosillo consiguió que la cámara se convirtiera en una especie de lápiz con el que garabateó enormes poemas de luz. Y entró en la psique atribulada de la ardiente reprimida en “La pasión según Berenice” o en personajes de “Doña Herlinda y su hijo”. En estas obras se percibe el anuncio que el deseo arde, sí, pero también purifica.
Hermosillo supo dirigir a profesionales como María Rojo, José Alonso, Alberto Estrella, pero no tuvo problema para trabajar con no profesionales. Supo hacer comedia convencional, pero también incursionó en el virtuosismo con, por ejemplo “La Tarea” e “Intimidades de un cuarto de baño”. Se apropió de todos los géneros. Hizo también una obra minimalista y difícil. Antes que se pusieran de moda tocó los temas candentes de la teoría de género y confesó su homosexualidad antes de que el eufemismo “gay” apareciera para suavizar la violencia de la palabra joto. Trabajó con Gabriel García Márquez, con Elena Poniatowska, con Emilio Carballido, con José de la Colina, con Luis Zapata y Luis González de Alba. Murió como vivió: fuera del centro, en la periferia. A veces hizo cine divertido, a veces frívolo. Las más de las veces profundo. Hermosillo no se dejó aplastar por su generación adormilada, al contrario procuró despertar a sus espectadores. De la familia de “Largo viaje hacia la noche” surgen algunos de los más variopintos personajes de Hermosillo. Mujeres encantadoras y enloquecidas; son la Silvia que interpreta Diana Bracho en el “Cumpleaños del perro” y son también la María encerrada en “María de mi corazón”.
Así, revisemos la filmografía que dejó Hermosillo. La relevancia de este gran artista de la lente para filmografía mexicana es innegable. Descanse en paz.
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