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Hortensia Contreras

El Solsticio de Invierno

El lunes pasado, estuvimos en la noche más larga del año.


Hoy nos encontramos con la reseña de un tal José María Buenaventura, quien, como yo, gusta de urgar en libros y documentos de viejo y hacerla de arqueólogo en la biblioteca de su casa. El nos deja esta entrañable reseña.


HUITZILOPOCHTLI y el solsticio de invierno:


Una mirada al sol que renace en muchas culturas: El lenguaje del cosmos, la ciencia y la religión a veces se tocan y el mito de origen está ahí, como una simbiosis. El solsticio de invierno también fue razón para que en este día nacieran los principales dioses de muchas culturas: Osiris y Horus en Egipto, Buda en la India, Marduk en Mesopotamia, Apolo en Grecia, Mitra en Roma y Huitzilopochtli entre los antiguos mexicas.


El solsticio de invierno es, simbólicamente, el nacimiento del sol: los dioses son la luz. A Mitra, en la Roma imperial, se le festejaba del 17 al 23 de diciembre y a esta fiesta se le llamaba Natale Solis Invicti (nacimiento del sol invicto).


En la decadencia del Imperio Romano, los cristianos sustituyeron la antigua fiesta del dios Mitra en el solsticio de invierno por la Navidad, la Natividad de Jesús. Los cristianos dicen desde entonces, que Jesús es la verdadera luz. Aquí está el sincretismo de dos culturas: la romana y la cristiana; ambas unidas por el sol, la luz, el solsticio.


El solsticio es el advenimiento cósmico por excelencia. El solsticio es un fenómeno de la naturaleza en el que las noches dejan de ser largas y la luz solar dura más. El sol empieza a vivificar la naturaleza y se aleja del letargo invernal, ello era motivo de fiesta entre las culturas que veían en esta fecha el verdadero nacimiento del sol. El sol es el dios más antiguo que la humanidad ha venerado con ofrendas y ritos. Así fue, así es , y así será.


La fiesta de Huitzilopochtli.


Fray Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán atestiguaron que los mexicas celebraban a Huitzilopochtli el primer día del mes llamado Panquetzaliztli (ensalzamiento de las banderas), quinceavo mes del calendario mexica. En esta fiesta se efectuaba una carrera que reunía a varios pueblos del Valle de México.


Pero dejemos que la historia escrita hable y que la imaginación recorra el camino:

En el primer día del mes de Panquetzaliztli, los sacerdotes se reunían -con un ayuno previo de cuatro días- para hacer un Huitzilopochtli de masa, pequeño, para que un hombre lo pudiera llevar bajo el brazo y correr a toda velocidad para que nadie lo alcanzara y pudiera salir victorioso; porque a su dios nadie pudo detenerlo, ni vencer en la guerra de deidades. Todo esto antes de la llegada de los españoles. Así era la honra de esta fiesta.


El hombre destinado para esta celebración se preparaba con mucha dedicación; se ejercitaba, tenía que ser un corredor de pies ligeros, tan ligeros como el mismo viento.

Por la mañana, el gran Tlatoani, los nobles y la gente del pueblo veían cómo el corredor de cuerpo esbelto bajaba del altar del dios y, con él en masa bajo el brazo, se lanzaba a correr a toda prisa con pies de alas y con el sol recostándose sobre su espalda.


Moctezuma Xocoyotzin, junto con otros nobles y gobernantes invitados y miles de tenochcas lo seguían, jubilosos con la mirada. Todo era alegría en los rostros y la alegría acompañaba las grandes zancadas del corredor. Tambores y caracoles sonaban, al mismo tiempo y con gran estruendo.


Del templo se enfilaba por la calzada de Tlacopan (hoy conformada por la calle de Tacuba, y las avenidas Hidalgo y San Cosme); daba vuelta por la huerta del Marqués (hoy Circuito Interior), y corría, corría sudoroso y con los músculos morenos y untados de sol rumbo a Tlacuihuayan (Tacubaya). Detrás de él, una multitud de hombres, mujeres y niños lo seguía con mucho ánimo y contento. Muchos de éstos querían quitarle el dios de masa, la festividad así también lo consentía, y los hombres y mujeres que muy pocas veces le daban alcance, eran considerados para recibir beneficios y mercedes. Todo con el esfuerzo de la carrera que hacía sudar el cuerpo y tensar armoniosamente los músculos y levantar el polvo tras de ellos. El júbilo levantaba polvo, música y gritería.


De Tlacuihuayan, el corredor, aun con mucha potencia en las piernas, seguía rumbo a Coyoacan. Sin pausas, el trote y la larga carrera apenas si permitían que los nobles y los vecinos de los mexicas vieran el cuerpo ligero del hombre que llevaba a su dios bajo el brazo.


Cuando llegaba a Coyoacan, hombres, mujeres y niños, le abrían paso en medio de gritos y música; el corredor, entonces, con el rostro sudado salía con otra cauda de personas que lo perseguían e intentaban quitarle el ídolo de masa. De Coyoacan, su largo trote se enfilaba a Huitzilopochco (por los rumbos de Churubusco). Su corazón y respiración, agitados, se sumaban al sonido de los tambores. Ya bañado en sudor, y con el sol en el cenit, entraba por la calzada a Iztapalapa.


Y así corría, y corría, con su dios de masa, ahora junto al pecho, rumbo a Tenochtitlan. Después de dos horas, el pueblo, los nobles y Moctezuma Xocoyotzin le veían llegar y su cuerpo ligero, esbelto y empapado, se hacía más visible conforme sus piernas acortaban la distancia. Entró en el recinto sagrado, entre los sonidos alegres del caracol y los gritos de regocijo. Huitzilopochtli, el dios victorioso, legaba a su templo del brazo fuerte del corredor de los pies ligeros; el hombre jadeante, llegaba con la boca seca y el cuerpo casi desfallecido; pero con el rostro digno y sonriente. Entregaba, por fin, a su dios de masa a un sacerdote. Ël ya había cumplido.


La danza, los cantos, la música y el bullicio seguían mientras Huitzilopochtli subía a su templo para después ser llevado cerca del Zompantli, donde estaban los hombres que iban a ser sacrificados en su honor.


Huitzilopochtli, en el solsticio de invierno renacía con más energía solar, con la energía de los hombres y mujeres que lo veneraban. Huitzilopochtli, el pequeño colibrí, lograba vencer una vez más para recomenzar un nuevo ciclo. Y nacía, como siempre, portando en su puño derecho la Xiuhcóatl, la serpiente de energía celeste.


Y la energía celeste se compartía porque, en esta celebración, los hombres

y mujeres ponían banderas en sus árboles frutales, tunales, magueyes, y en las plantas que recibían la energía celeste. Era el mes de Panquetzaliztli, cuando las banderas se ensalzaban para darle la bienvenida al sol.


Bibliografía Mínima:

Durán, fray Diego “Historia de la India de esta Nueva España e Islas de Tierra Firme”


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