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Hortensia Contreras

Enriqueta Lavat (Queta—actriz)

Esta semana quisiera compartir un artículo que leí en El País del sábado 5 de octubre firmado por Jorge F. Hernández , claro que con un poco de edición, y que relata de nuevo el agradecimiento de México a los exiliados españoles de la Segunda República.


“Pasó como un suspiro, se ha llamado siempre Enriqueta Lavat, pero hoy más que nunca es Queta, reina de la Gran Vía. Queta en plena Casa de México, en el corazón de Madrid, partiendo plaza para una celebración de más de siete décadas que ha entregado con alma, piel y corazón al noble oficio artístico de hacer soñar a los demás, actuar papeles de musa y convertirse con un guiño en una villana con chispa de hada.

Que quiso agradecer su homenaje recordando al Exilio español que huyó de la península, de la pólvora y el polvo, del hambre, horror de una dictadura impensable, y así nombró a no pocos actores y actrices, técnicos y directores, hombres y mujeres transterrados, que ella evocó y celebró con el público que llenaba el cine de la Casa de México porque hemos siempre dee agradecer a la peregrina España que inundó de diversos saberes a México: escritores y poetas, prosistas y pensadores, picadores y banderilleros, panaderos y costureras, amas de casal, abuelos de pantufla, célebres y anónimos, todos entrañables.


Queta trabajó con muchos de ellos en la época feliz de las pantallas mexicanas y ahora vuelve a la conquista de la Gran Vía, campeando su belleza de casi un siglo, de niña con centella en la pupila y ese cutis de piel de estrella que enamora a quien la vea.

Queta tuvo la gentileza de abrazar a los asistentes a su homenaje con la fina dulzura de una madre que ha sido bendecida con una familia entrañable y tuvo a bien recordar el sereno instante de un milagro que quizá han olvidado muchos. Nos contó que en el fragor de la huída, los exiliados españoles que fueron concentrados entre las nefandas alambradas de un campo francés comían pan duro y húmedo; venían del horror y habían empezado la dolorosa andanza del hambre, cuando el general Lázaro Cárdenas inició el proyecto de una nave de salvación: sabemos de los heroicos esfuerzos de Gilberto Bosques y el salvavidas luminoso de Daniel Cosío Villegas y la talla humanista de Luis I. Rodríguez, pero Queta vino a Madrid para recordarnos un milagro que cuajó ante una multitud, como Sermón de la Montaña en plena playa francesa, el recordado genio llamado Fernando Gamboa.

Gamboa tenía la encomienda del presidente Cárdenas de llegar a dicho campo y seleccionar de entre todos los refugiados a un grupo de doscientos a quinientos elegidos para salvación y viaje a México. Queta contó entonces que Fernando Gamboa miró el paisaje paupérrimo de dolor y esperanza muda de casi tres mil almas con la mirada llena de agua salada y decidió mejor romper el discurso y la orden que llevaba en papeles oficiales y -tomando el megáfono- gritó a la multitud entera: ¡Vámonos a casa!”


Gracias Queta y gracias Jorge por el hermoso recuerdo de un país que una vez fue solidario.



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