Hace unos días, los medios publicaban la noticia del fallecimiento de uno de los artistas más grandes en el campo de la plástica mexicana. Oaxaca, y además Juchitán, su terruño de origen, le forjaron el alma de ese enorme creador dejó su huella en toda forma de materiales en textiles. Mosaicos, cerámica. Juguetes, troncos de árbol, herrerías, etc.
Toledo tuvo una infancia errática, siguiendo a un padre perseguido por sus ideas políticas, y es desde entonces que con una imaginación desbordada concibe inesperadas formas de belleza. Y Toledo se apropió de la naturaleza con una sensualidad inusitada. Sus cuadros muestran una variedad enorme de fauna erotizada. Las liebres, los coyotes, las tortugas, las iguanas y los saltamontes practican allí placeres insospechados. El juchiteco presenta una biodiversidad totalmente liberada y ajena al principal depredador, que caza con fusiles. Y además de gran artista, Toledo era un alma de enorme generosidad. Fundó museos, una escuela de arte para artistas noveles, un jardín botánico y la biblioteca para ciegos Jorge Luis Borges. También logro impedir un McDonald’s en pleno centro de Oaxaca que hubiera ofendido profundamente a ese santuario de la gastronomía donde el mole va del negro al amarillo.
Toledo, convencido de que el arte no existe en soledad, se apropió de trozos de naturaleza y toda suerte de prácticas artesanales. En sus collares de papel, transforma el miedo en gozo infinito, y usó cangrejos y alacranes como adornos especiales. Ilustró libros de Collodi, Borges y Monsiváis; y con el historiador Alfredo López Austin hizo un gozoso prontuario de escatología cosmológica, una vieja historia de la mierda, donde hasta los muertos “van de cuerpo”. Lector de tiempo completo, fue el principal usuario de las bibliotecas que fundó, editó libros de poesía y una revista de promoción poética.. Enemigo de hablar en público, prefería expresarse con las manos. Durante mucho tiempo Toledo recibió invitaciones de los principales museos de arte del mundo, pero no siempre quiso viajar. Los aviones le parecían desagradables. Y aunque en su juventud recorrió Europa y vivió en París. Él prefería la tierra donde se asolean las iguanas. Con los años su rostro de profeta adquirió un rango emblemático. El tiempo le dio arrugas de una experiencia llevada con orgullo, saldo de un temperamento intenso, andaba con un andar agil y ligero. Verlo era como ver un concepto. No caminaba Toledo: caminaba el pueblo, la historia. Tal fue el peso de Francisco Toledo en un país que aun aspira a las recompensas de la magia y donde este artista vivió para repartirnos la fortuna (palabras de Juan Villoro en su artículo Alacranes como Joyas)
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