Esta semana quiero hacer un regalo a los lectores de esta sección. Hemos estado hablando y presentando a diversos artistas líricos, rescatando a la poética del olvido. Pues ahora quisiera retomar la voz de un grande y muy querido amigo nuestro quien nos comparte su teoría sobre la fuente de inspiración creadora que el artista tiene que vivir para poder crear arte y belleza. Por eso quisiera reproducir una parte de una conferencia que el gran Federico García Lora dictó hacia 1928 en la Residencia de Estudiantes de Madrid, y que tituló: TEORIA Y JUEGO DEL DUENDE
(voy a reproducir sólo algunos fragmentos)
… Señoras y Señores:
De modo sencillo, con el registro que en mi voz poética no tiene luces de maderas, ni recodos de cicuta, ni ovejas que de pronto son cuchillos de ironías, voy a ver si puedo daros una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España.
El que está en la piel de toro extendida entre los Júcar, Guadalete, Sil o Pisuerga, oye decir con medida frecuencia: “Esto tiene mucho duende”. Manuel Torres, gran artista del pueblo andaluz, decía a uno que cantaba: “Tú tienes voz, tú sabes loes estilos, pero no triunfarás nunca, porque tú no tienes duende”.
En toda Andalucía, roca de Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo descubre en cuanto sale con instinto eficaz. El maravilloso cantor El Lebrijano, decía: “Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo”; la vieja bailaría gitana, La Malena, exclamó un día oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: “Olé, eso tiene duende!, y estuvo aburrida con Gluck y con Brahms y con Darius Milhaud. Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase: “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duenda”. Y no hay verdad más grande.
Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros dijo el hombre popular de España, y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: “Poder misterioso que todos siente y que ningún filósofo explica”.
As{i, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: “El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies”. Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.
Este “poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica” es, en suma, el espíritu de la tierra, el mismo duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en sus formas exteriores sobre el puente Rialto o en la música de BIzet, sin encontrarlo y sin saber que el duende que él perseguía había saltado de los misteriosos griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la seguiriya de Silverio.
Así, pues, no quiero que nadie confunda al duende con el demonio teológico de la duda, al que Lutero, con un sentimiento báquico, le arrojó un frasco de tinta en Nuremberg, ni con el diablo católico, destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los conventos, ni con el mono parlante de Cervantes, en la comedia de los celos y las selvas de Andalucía.
No. El duende del que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal, que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta; y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos.
Todo hombre, todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa.
Es preciso hacer esta distinción fundamental. El ángel guía y regala como San Rafael, defiende y evita como San Miguel, y previene como San Gabriel.
El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra. El ángel del camino de Damasco y el que entró por las rendijas del balconcillo de Asís, ordena y no hay modo de oponerse a sus luces, porque agita sus alas de acero en el ambiente del predestinado.
La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada. Los poetas de musa oyen voces y no saben dónde, pero son de la musa que los alienta y a veces se los merienda. La musa despierta la inteligencia, trae paisajes de columnas y falso sabor de laureles, y la inteligencia es muchas veces la enemiga de la inteligencia, porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un trono de agudas aristas y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, con la cual no pueden las musas que hay en los monóculos del pequeño salón.
Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre. La verdadera lucha es con el duende.
Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Sólo se sabe que quema la sangre, como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida.
Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, sabe que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende. Ellos engañan a la gente y pueden dar sensación de duende sin haberlo, pero basta fijarse un poco, y no dejarse llevar por la indiferencia, para descubrir la trampa y hacerle huir con su burdo artificio.
La llegada del duende presupones siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.
( y aquí les dejo para continuar con una segunda entrega de esta maravillosa TEORIA Y JUEGO DEL DUENDE, con la palabra magnífica y enduendada de don Federico García Lorca, nos vemos la próxima semana). ¡Salud!
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