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Hortensia Contreras

General Felipe Ángeles: A cien años de su fusilamiento

Con paso tranquilo, la mirada serena y “el espíritu en sí mismo”, como escribió en ese amanecer, el general Felipe Ángeles enfrentó al pelotón de fusilamiento el 26 de noviembre de 1919. A cien años de su muerte mucho se ha dicho de él, y en general, con justicia: revolucionario, humanista, gran estratega, el más distinguido oficial del ejército profesional que se sumó a la lucha popular y fue leal con su causa hasta el final.

Ángeles inicio su carrera en la milicia a los catorce años. En 1910 era coronel de artillería y se le consideraba una de los oficiales más preparados del ejército mexicano. El estallido revolucionario lo sorprendió en Europa, entonces solicitó al gobierno permiso para regresar a México a combatir a los rebeldes, pero le fue negado, por lo que permaneció como lejano espectador de la insurrección maderista.

Finalmente regresó en enero de 1912, con Francisco I. Madero ya como presidente constitucional. La simpatía entre ambos fue inmediata y el mandatario decidió ascenderlo a general brigadier y nombrarlo director del Colegio Militar. Un año después comandó la campaña contra los rebeldes zapatistas, en la que evitó los excesos que caracterizaron y crueldades que caracterizaron a sus antecesores Victoriano Huerta y Juvencio Robles. Su presencia en Morelos no trajo la deseada reconciliación de Emiliano Zapata con el maderismo, pero marcó una especie de tregua entre ambos mandos al evitar la mayoría de los enfrentamientos.


Cuando en 1913 importantes jefes del ejército federal traicionaron a Madero, Ángeles se mantuvo leal hasta el fin y fue encarcelado con el presidente; incluso lo acompañó en sus últimas horas la trágica tarde del 22 de febrero, cuando don Francisco fue conducido a la muerte en compañía del vicepresidente José María Pino Suárez. Ángeles se libró de la muerte porque el general Victoriano Huerta no quiso responder por la vida de un alto oficial del ejército, querido por muchos de sus antiguos alumnos y respetado por sus subordinados.


Después del asesinato de Madero, pasó por la cárcel y el destierro antes de lograr incorporarse a la revolución constitucionalista. En octubre de 1913 se presentó ante Venustiano Carranza quien lo nombró subsecretario de Guerra en su gabinete. Pese a la lealtad mostrada a Madero, algunos jefes, especialmente Álvaro Obregón, vieron con malos ojos el nombramiento y presionaron al Primer Jefe para reducirlo a encargado de despacho, aparte de que nunca contó del todo con la confianza de Carranza, que lo alejó de su gabinete a la primera oportunidad que tuvo, mandándolo como general artillero a la División del Norte, con el general Francisco Villa, donde Ángeles comenzó la etapa más brillante de su carrera.

Llegó al ejército Villista en el momento justo: la División del Norte se preparaba para participar en la mayor operación militar que se había librado en la Revolución hasta ese momento: la serie de batallas por el dominio de la Comarca Lagunera (entre el 20 de marzo y el 10 de abril de 1914), también conocida como la Toma de Torreón. En estas confrontaciones Ángeles demostró sus cualidades como jefe de artillería utilizando la crucial arma con gran precisión y eficacia.


Pero sería en Zacatecas el 23 de junio siguiente, cuando, a juicio de la mayoría de sus biógrafos, el general artillero alcanzó el cenit de su carrera al ser uno de los principales artífices de la victoria en aquella batalla. Aquel día, los cañones de la División del Norte rugieron como un atronador concierto dirigidos por un magistral director de orquesta

En la División del Norte Ángeles alcanzó enorme fama y prestigio, al mismo tiempo que se convertía en un ideólogo revolucionario, transmitiendo los principios democráticos del maderismo al movimiento villista. Acompañó a Villa en el triunfo y la derrota, como jefe de artillería, como lugarteniente del general en jefe y al mando de una columna autónoma que operó en el noreste y obtuvo importantes victorias.


Luego de la caída de Huerta y con la guerra entre las facciones revolucionarias, la columna principal de la División del Norte fue derrotada por los carrancistas en las sangrientas batallas del Bajío en 1915, por lo que Ángeles participó en el lento despliegue villista. En medio de crecientes deserciones y traiciones, él se mantuvo leal al Centauro, como antes lo hiciera con Madero. Pero Villa sabía que la nueva guerra que se avecinaba no era una en la que Ángeles pudiera desempeñarse a cabalidad: la guerra de guerrillas, los ataques repentinos, las asonadas y, en fin, las persecuciones en la sierra a que la derrota de su gran ejército lo orillaban poco tenían que ver con los estudios artilleros de su lugarteniente, por lo cual lo envió, pese a las protestas del propio general que quería compartir la derrota como había compartido las victorias, a Estados Unidos a tratar de evitar que el gobierno de ese país reconociera la presidencia de Carranza.


Sus afanes diplomáticos fracasaron y el reconocimiento formal de EU al gobierno de Carranza permitió a los carrancistas dar el golpe final a la División del Norte, que fue disuelta en diciembre de 1915. El general Ángeles no pudo regresar a México antes de ese hecho, pero cuando resurgieron las guerrillas villistas se convirtió en su vocero en el exterior. Trabajó en el exilio afanosamente por conseguirles recursos y aliados.


En 1918 regresó a México con la intención de convertir a esas guerrillas villistas en el catalizador de una nueva revuelta nacional, procurando aliarse con todos los opositores a Carranza y aprovechando el prestigio y arrastre popular de Villa. Al llegar con su antiguo jefe y amigo, Ángeles se dio cuenta de que los tres años en que se distanciaron los habían cambiado a ambos. El artillero había reforzado sus aspiraciones humanistas y democráticas, queriendo emular los pasos de Madero. Por otra parte, la persecución y el acoso que padeció Villa lo habían convertido en un guerrillero terrible y sanguinario.

El desencuentro era predecible: luego de algunos meses en los cuales se mantuvo el profundo respeto y la vieja amistad, Ángeles finalmente decidió abandonar al Centauro, y con una pequeña escolta, partió en busca de la frontera, pero solo encontraría la muerte.


Ángeles fue capturado por las fuerzas carrancistas y conducido a Chihuahua, donde sería sometido a un juicio sumario, que en realidad era una farsa del gobierno para revestir de legalidad la ejecución de una sentencia que estaba dictada años antes, cuando el general artillero cuestionó la autoridad de Carranza y apoyó la elección de Villa como general en jefe de la División del Norte.

Así, con “el espíritu en sí mismo” y de cara al amanecer, terminó la vida de uno de los caudillos más honestos y humanistas de la Revolución mexicana.


Artículo de Luis A. Salmerón (maestro de Historia por la UNAM)



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