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Hortensia Contreras

Gloria y Amargura (el final de Hernán Cortés)


Hernán Cortés, anónimo

Gran conquistador, amado y odiado por muchos, Cortés termina su vida abandonado por el rey y sólo acompañado por su hijo Martín (el español, no el mestizo hijo de doña Marina). En Castilleja de la Cuesta, pueblo cercano a Sevilla, en una casa que ni siquiera era la suya, se está muriendo. Había ya hecho su testamento dejando rentas y propiedades repartidas entre sus hijos.


También es este último trance lo acompañaba su primo Diego de Altamirano, además de Rodríguez de Medina, dueño de la casa en la que convalecía, y el religioso Pedro de Zaldívar.

Su segunda esposa doña Juana, se había quedado en Cuernavaca, allá en la Nueva España.


Tenía 62 años. Había derrotado el imperio más poderoso de América, servido con lealtad a la Corona, aumentando el prestigio y la grandeza del joven monarca Carlos. Era ya momento de repasar su memoria, reflexionar sobre sus errores y desatinos; tiempo de dejar a un lado la soberbia, la impertinencia y la furia, para rendir cuenta de sus actos ante Dios.


Y así fue como la vida fue pasando ante sus ojos, empezando por una juventud azarosa dada su afición a cortejar a damas casadas. Después de varias vicisitudes y escándalos el joven Cortés se embarca a los diecinueve años, en una flota que va a Santo Domingo.

Una vez allí, el extremeño con algunos otros europeos siente que el territorio les queda pequeño y la ambición les queda grande por lo que buscan a expansión del dominio español por los territorios aledaños. Así, Cortés acompaña a Diego Velázquez en la conquista de Cuba y cuando este es nombrado gobernador de la isla se convierte en su secretario y hombre de confianza. Poco después de ser su compadre Velázquez se convertirá en su archienemigo hasta el fin de sus días.


Cortés rememora su aventura extraordinaria en tierras del imperio mexicano y su encuentro y relación con el gran Moctezuma. Todo aquel evento glorioso y trágico que lo marcaría para siempre.


Concluida la conquista, Hernán Cortés se dedica a organizar el nuevo gobierno de la ciudad, y se asienta en el pueblo de Coyoacán desde donde despacha, rodeado de varias mujeres, entre ellas Malintzin, quien está embarazada y dará a luz a su primer hijo varón, aunque siempre será ilegítimo.


Sigue recorriendo el hilo de su vida en aquel lecho de muerte. Recuerda que para reclamar los honores y mercedes que siente merecer se embarca para confrontarse con el rey Carlos quien prefiere ignorarlo… Sin embargo, algo de mercedes recibe: indios, tierras, el título de Marqués del Valle de Oaxaca, pero nunca el poder y el reconocimiento que tanto anhela.


Finalmente regresa a la Nueva España acompañado de su mujer y de su madre, quien al poco tiempo muere en Texcoco. Se instala en Cuernavaca, pero la vida tranquila de la pequeña villa quizá muy pronto aburrió a su espíritu arriesgado y tenaz que lo lleva a buscar nuevas aventuras pero que ninguna de ellas lo lleva la gloriosa caída de la gran Tenochtitlán.


Nuevamente, después de unos años se embarca a España, de donde ya nunca volverá.

Todo eso parece haber sucedido hace ya tantos años. Muchos de sus compañeros y amigos han muerto. Ahora es su turno, está enfermo de disentería y el aliento de vida se le va apagando y ahora lo único que importa es el verdadero arrepentimiento y la contrición. Y allí, en Castilleja de la Cuesta es el año 1547, que agoniza, acompañado por el fraile que lo consuela. Ha dejado casi todo en orden. No importa ya el oro, la plata, el dinero gastado, las ofensas de sus enemigos, las hazañas ni el renombre que atravesó océanos. Para el conquistador extremeño ha llegado la hora del juicio final.

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