En el sur de la ciudad de la ciudad de México, en el adorable pueblo de Coyoacán, se encuentra la conocida Casa Azul, el hogar donde la pintora Frida Kahlo pasó su infancia y vida creativa, Hoy día es paso obligado para quien quiera conocer su legado. Aquí todavía podemos percibir la atmósfera de un México que ya no existe. Por sus calles empedradas y llenas de árboles, sus mercados, viveros y casas antiguas parece que el tiempo se ha detenido. Y recorriendo este barrio, busquemos la memoria de esta mujer dolida y doliente, que a pesar de su terrible destino logró sublimarse a través de su arte, pintura íntima y llena de sí misma en la que Frida busca explicarse a si y rescatarse de su propio destino.
Hacía 1953, la salud de Frida estaba muy frágil, pero México todavía tenía una gran deuda con ella. A pesar ya de su éxito internacional, no había realizado nunca una exposición en solitario en su propio país. Su salud era ya muy frágil. En la salida de una de las interminables visitas a hospitales y salas de quirófano, ya su cuerpo débil la obligaba a pasar la mayor parte del tiempo sentada y en su Casa Azul de Coyoacán recibía numerosas visitas. Su hermana Cristina acudía a verla casi todos los días y también llegaban amigos e intelectuales como Carlos Pellicer, Fanny Ravello, María Félix y Lola Alvarez Bravo entre otros.
Pero el dolor era inmenso y Frida consumía cada vez más calmantes, los cuales mezclaba con pulque y tequila. No le gustaba pedirle dinero a Diego y debía pintar para conseguirlo, pero pintar le era cada vez más difícil. La vida de Frida se extinguía, su cuerpo parecía romperse en pedazos. Entonces su amiga, la fotográfa Lola Alvarez Bravo le ofreció su Galería de Arte Contemporáneo para montar una exposición. Frida, ilusionada estaba determinada a asistir a la inauguración, cientos de personas la esperaban. Y para recibirla Lola le montó una cama en el centro de la galería. Kahlo llegó temprano para evitar a la multitud; iba con ánimo y vestida de lujo luciendo sus joyas preferidas. Todos querían ver y tocar a la artista. Asistieron muchas personalidades y el evento se reseñó en medios nacionales e internacionales. Frida terminó agotada pero pudo disfrutar de un homenaje en vida…una vida que se estaba extinguiendo definitivamente.
A mediados de 1953 le tuvieron que amputar una pierna y esta pérdida la sumió en una depresión de la que le fue imposible salir.
Su última aparición en público ocurrió a mediados del año siguiente cuando se empeñó en asistir a una manifestación contra la intromisión de EE.UU en Guatemala para derroca r el presidente Jacobo Arbenz. Sin haberse recuperado del todo de una neumonía, recorrió las calles en una silla de ruedas empujada por Rivera.
Once días después, el 13 de julio de 1954, Frida murió en la madrugada. Había fallecido por una embolia pulmonar. Fue velada en el Palacio de Bellas Artes e incinerada en el panteón de Dolores. Sus cenizas yacen en una urna prehispánica que reposa en la Casa Azul. Nadie se hubiera imaginado, ni siquiera entonces, que ese cuerpo tan frágil y martirizado encerrara un espíritu tan fuerte que sigue vigente hasta hoy. Y aquella mujer frágil y poderosa a la vez se despidió de este mundo con una frase que la describe en toda a su extensión: “…Espero alegre la salida y espero no volver jamás…”
A los 65 años de su muerte celebremos un tributo a la memoria de una mexicana universal.
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