La Compañía de Jesús , fundada por Iñigo de Loyola y autorizada por Roma en 1542, llega a tierras de Nueva España sólo treinta años después, en 1572. Eran quince religiosos españoles que arribaban a la capital del virreinato español más próspero y querido para la Corona española.
Desde un principio los jesuitas tuvieron la preocupación de entablar una fuerte relación con las lenguas indígenas así como los jóvenes hablantes de las mismas. Entonces los jesuitas aprendieron el náhuatl, el otomí y varias otras lenguas. Junto con el castellano, el latín y el griego, los jóvenes jesuitas de México deberían ser expertos en por lo menos una lengua indígena. Así, apareció un nuevo tipo de sacerdotes católicos, los “padres lengua”, capaces de convivir con las diversas naciones de lo que ahora es México, y tomando distancia de España.
Los jesuitas en todas sus misiones defendieron las culturas indígenas: en Etiopía y Abisinia, en China y entre los hurones del Canadá, tuvieron la preocupación de cristianizar y no de europeizar. En las misiones de Paraguay fue notable su esfuerzo para que todo el mundo fuera bilingüe: con castellano como lengua oficial, pero el guaraní como lengua nacional.
En el México del S. XVIII fue notable su esfuerzo por exaltar los valores autóctonos. Dice un cronista: “Hacia 1760 los jesuitas jóvenes de la Nueva España le perdieron el cariño y el respeto a la vieja España y le cobraron amor e interés a México. Dejan de sentirse vástagos de una raza y comienzan a considerarse hijos de una tierra…les niegan el título de padres y hermanos a los descoloridos españoles y se lo dan a los oscuros nahuas. Se dicen descendientes del imperio azteca y proclaman con orgullo su parentesco con los indios. Estos, hasta entonces despreciados, empiezan a ser vistos como iguales”. El jesuita criollo Pedro José Márquez defiende la tesis de que “la verdadera filosofía no reconoce incapacidad en hombre alguno, o porque haya nacido blanco o negro, o porque haya sido educado en los polos o en zona tórrida. El padre Francisco Xavier Clavijero asegura que los indios con tan capaces como los europeos.
Además de indigenistas, aquellos hombres desarrollaron un desmesurado amor por México, su geografía y su pasado, incluyendo lo que más tarde se convertiría en el símbolo de la Mexicanidad, y también la bandera de la nueva nación: la Virgen de Guadalupe. De ser una devoción popular, los jesuitas la convirtieron en una devoción que arraigó también en las clases cultas y pensantes de la Nueva España.
Un incipiente nacionalismo se reforzaba con el liberalismo intelectual de los jóvenes jesuitas de mediados del S. XVIII, que se preocupaban por buscar la verdad y que fomentaban las ideas sociales de la Ilustración, con teorías tales como que la soberanía radicaba en el pueblo, que los monarcas recibían su autoridad no directamente de Dios, sino a través del pueblo; que si un tirano se aferraba al poder, e pueblo podía derrocarlo. Esas teorías, y otras variadas circunstancias, provocaron que Carlos III de España los expulsara no sólo de la Nueva España, de México, sino de todos los dominios de la Corona, hasta las Filipinas.
Para ese momento, 1767, los jesuitas habían incluido una nueva palabra en el diccionario: el adjetivo Mexicano, porque debe recordarse que en los registros de nacimiento, es decir en los libros de bautizos de las parroquias, junto al nombre del recién nacido, se añadía su “nacionalidad”: español, criollo, mestizo, mulato, negro, indio…En adelante eso debía suprimirse y todos los nacidos en territorio de la Nueva España serían mexicanos, sin distinción. Esos jesuitas de 1767 en su enorme mayoría eran criollos, pero ellos mismos insistían en autonombrase “mexicanos”, y los aztecas serían los “antiguos mexicanos”.
Expulsados de su patria, los jesuitas fueron confiados a los territorios del norte de Italia. La lejanía y la nostalgia de su patria lejana, a la que nunca volverían, se vio agravada por el hecho de que encontraron con la desagradable sorpresa de que varios autores europeos esparcían el el mundo culto europeo una visión tremendamente negativa del Nuevo Mundo y en especial de México. Su legítimo orgullo y su enojo los hizo dedicarse a escribir en defensa de su tierra lejana. Los jesuitas mexicanos escriben maravillas en latín, en italiano, en francés, acerca de temas exóticos como los voladores de Papantla, las corridas de toros, las cacerías en los lagos, las bellezas del paisaje mexicano.
Ese grupo de exiliados mexicanos, muy lejos de su amada patria, en un destierro injusto, sobreviviendo casi milagrosamente en condiciones de extrema pobreza, hizo lo que estaba en sus manos para poner en alto el nombre de México, insistiendo en que sus habitantes ya no eran hispanos ni novohispanos, ni mestizos o criollos o indios, sino simplemente mexicanos. Clavijero fue tal vez el primero que tuvo la audacia de preguntar “hasta qué grado ha de llegar la dependencia que ha de tener la Nueva España de la antigua”.
Así, Francisco Xavier Clavigero, junto con algunos de sus compañeros en el exilio, se convierte en el gran mexicano que fue, y uno de los enormes constructores de nuestra nacionalidad.
Tomado del artículo Los Jesuitas Mexicanos, Precursores de la Independencia
De J.Jesús Gómez Fragoso, S.J.
Universidad de Guadalajara
Marzo 2010
Adaptación, Hortensia Contreras
Comments