En medio de las planicies de Wyoming surge la Torre del Diablo. En realidad es un peñasco, una roca enorme, visible de cientos de millas a la redonda, un inmenso cono de basalto que parece tocar las nubes. Surge de la planicie como si alguien la hubiera empujado desde el subsuelo.
Claro que su nombre, Torre del Diablo, es el nombre que le dieron los blancos. Nosotros no tenemos la figura de un diablo entre nuestras creencias, y nos ha ido muy bien por cientos de años sin él. Son los blancos quienes inventaron al diablo, y pos nosotros, se pueden quedar con él, a nosotros no nos hace ninguna falta. Pero estos días todo el mundo se refiere a la gran roca con ese nombre, así que dejémoslo así. No tiene sentido ahora mencionar su nombre Sioux, sin embargo muchas de las tribus la conocen con La Roca del Oso y existe una razón para ello, porque viéndola bien, hay muchas líneas que la marcan de arriba abajo, semejando los rasguños hechos por garras gigantescas.
Bien, hace mucho, mucho tiempo, dos jóvenes indios, se perdieron en la paradera. Y es bien sabido cómo, jugando con una pelota y entretenidos como estaban no se dieron cuenta que habían traspasado los límites de su aldea. Y además siguieron con sus arcos de juguete disparando las ligeras flechas hasta la maleza. Entonces oyeron el lamento de un animal, más bien pequeño, y corrieron a investigar. Llegaron a un arroyo lleno de piedrecillas de colores y siguieron su curso por un rato. Entonces llegaron a una pequeña colina y quisieron investigar para saber qué había del otro lado. Y en el otro lado vieron una manada de antílopes, y por supuesto que decidieron seguirla. Al final los dos chiquillos empezaron a sentir hambre y pensaron que ya era tiempo de volver a casa, pero…ninguno de los dos sabía dónde estaban. Entonces tomaron la vereda que suponían los llevaría a su aldea, pero la realidad era que cada vez se alejaban más. Al final, agotados, se acurrucaron bajo un árbol y se quedaron dormidos.
A la mañana siguiente caminaron, pero sin saber que iban en la dirección equivocada. Comieron algunas bayas silvestres y bebieron de los arroyos. Por tres días caminaron hacia el oeste. Tenían ya los pies adoloridos, pero hasta ahora habían sobrevivido. Oh, cómo añoraban que sus padres, o tíos o hermanos mayores los encontraran, pero no habían visto a ninguno.
En el cuarto día los chicos tuvieron la sensación de que alguien los seguía. Miraron a su alrededor, y la distancia vieron a Mato, el oso. Mato no era un oso cualquiera, era un grisli gigante, tan grande que los dos muchachos no eran sino un pequeño bocado para él. Aun así, el gigante los había olfateado y se empeñaba en tener ese bocado, por muy insignificante que fuera. Así, empezó a acercarse, y la tierra temblaba conforme iba tomando velocidad.
Los muchachos iniciaron una carrera en busca de algún lugar para esconderse, pero no había nada cerca y el oso era mucho más veloz que ellos. Entonces se tropezaron y ya al alcance del gigante. Podían ver sus fauces abiertas con unos dientes amenazadores y filosos y hasta podían oler su brutal y perverso aliento.
Los chicos tenían el conocimiento del poder de la oración, y evocaron a Wakan Tanka, el Creador: “Tukanshila, Abuelo, ten piedad, sálvanos.”
Y de repente la tierra se estremeció y empezó a elevarse. Los chicos se elevaron con ella. os chicos se elevaron con ella. De lo más profundo de la tierra surgió una roca de forma fálica, que no dejaba de subir y subir hasta llegar a una altura de más de mil pies. Y los chicos estaban en lo más alto.
Mato estaba furioso al ver que su alimento se perdía entre las nubes. No olvidemos que era un oso gigante, tan grande que casi podía alcanzar la cima de la roca parado en sus patas traseras. Casi, pero no del todo. Sus garras eran poderosísimas, así que Mato las hundió en los costados de la roca, tratando de subir para alcanzar a los chicos. Al hacerlo dejó grandes rasguños en la roca. Pero la superficie era muy resbalosa y Mato no podía subir. Trató por todos lados, pero por ninguno logró su objetivo. Y los chicos lo observaban desde lo alto, viéndolo cansarse y al final darse por vencido. Entonces lo observaron alejarse, una inmensa mole de pelo que gruñía y desaparecía en el horizonte.
Los chicos estaban salvados, ¿O, no? ¿Cómo iban bajar? Eran humanos, no aves que pudieran volar.
Escuchen, hace unos diez años, un grupo de escaladores profesionales trataron de conquista de cima de la Torre del Diablo, Tenían cuerdas y demás instrumentos para escalar y sostenerse sobre la roca, y lograron escalarla. Pero no podían bajar, estaban atrapados en aquella mole de basalto y tuvieron que ser rescatados por un helicóptero.
Pero en tiempos antiguos los indios no tenían helicópteros. Así que ¿cómo bajaron aquellos muchachos? La leyenda no lo relata, pero podemos estar seguros que el Gran Espíritu no salvo a los chicos para luego dejarlos morir de hambre y sed en lo alto de la roca.
Pues bien, Wanble, el águila, siempre ha mostrado simpatía para con nuestra gente, así que seguramente fue ella la que dejó que los chicos la montaran y los dejó sanos y salvos en el centro de la aldea. ¿Creen ustedes que puede haber otra explicación?
(relato contado por Ciervo Herido en Winner, reserva india de los Rosebud Sioux, en Dakota del Sur, 1969, y registrada por Richard Erdoes.
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