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Hortensia Contreras

Las Adelitas

Las Soldaderas de la Revolución, Heroínas de Novela


Fotografía de Agustín Víctor Casasola, Archivo Casasola

Las soldaderas, las “Adelitas”, personajes señeros de la Revolución Mexicana, cuyo primer aniversario los mexicanos empezamos a celebrar a partir de este enero del 2010. No podemos hablar del movimiento armado, de la revolución social, sin mencionar a estas valerosas mujeres retratadas por la visión femenina, primero de la gran cronista del movimiento, la escritora, bailarina y coreógrafa, emblema de la visión desde el corazón femenino de una niña villista.


Más tarde, Elena Poniatowska nos acerca a las mujeres de la Revolución, las que apoyaban para que los hombres no se regresaran a los campos, pero también las que enfrentaron y defendieron a Pancho Villa, y las que encabezaron, vestidas de hombres, batallones implacables.

-Yo te doy agua.

-Yo llevo las ollas y las cazuelas para hacerte tu comida.

-Yo te despiojo.

-Yo te lío tu petate.

-Yo te lavo tu ropa.

-Yo junto la leña para hacer lumbre.

-Yo te aceito tu fusil.

-Yo te prendo tu cigarrito y si no hay tabaco te hago uno de macuche, aquí tengo hojas de maíz.

-Yo cuido de que no se moje la pólvora.

-Yo te hago casa en el campo de batalla.

-Yo soy tu colchón de tripas.

-Yo tengo a tu hijo en la trinchera.


Las soldaderas seguían a la tropa y las subía en el techo de los vagones de tren, porque los caballos tenían que viajar resguardados. “La caballada va adentro”, orden de Pancho Villa. La pérdida de una yegua era irreparable, la de una mujer, quién sabe. Junto a su hombre las soldaderas aguantaban la nieve del norte, la escarcha, el rocío de la madrugada hasta que los primeros rayos del sol y e viento secaban su ropa. El sol, como todos lo saben, es la cobija de los pobres, y sale para todos, por más tarde que amanezca. Las soldaderas hacían de sol y de cobijo, cubrían piernas y brazos, cabezas y ojos, canastas y fusiles, eran un inmenso rebozo sobre una tropa hirsuta que avanzaba sin saber cómo, ni a qué, ni a dónde. Las soldaderas se subían al tren de la vida, al tren del combate, al tren del destino. A ellas no se les iba el tren como a las señoritas “decentes” que se protegieron contra todas las inclemencias detrás de la ventana de una tacita de té en las manos y un pañuelo que llevarse a los ojos. La soldaderas no necesitaban nada más que las dos piernas que sabían caminar.


“¡Ya se va el destacamento!”, y ellas se aparecían en la estación con sus ollas, sus pocillos y su chilpayate que al rato se dormía recargado en un canasto. También traían su pero bravo o su puerquito de engorda, sus tres gallinas o su calandria en una jaula o un cenzontle que cubrir de noche y escuchar de día. Allí están, con sus enaguas de percal y sus sombreros de paja, sus rebozos y la interrogación en sus ojos de piloncillo. Se mantienen atrás pero cuando se ponen delante es porque se han vuelto hombres. En su rebozo cargan igual al crío que las municiones. Paradas o sentadas, son la imagen misma de la resistencia. Su pequeñez les permite sobrevivir y su decisión las rescata para la historia. Cuando se muere su hombre ellas lo entierran, le hacen su cruz de piedra o por lo menos de espinas de maguey. En la noche, sacan sus santitos, sus estampitas con las esquinas dobladas, les hacen un altar en el primer muro o en la tierra misma y les prenden su veladora. Sin las soldaderas, muchos soldados hubieran desertado, sin ellas, los soldados no hubieran comido, ni dormido, ni peleado. Los mexicanos llevaban a su soldadera que era su estufita. Si los soldados no acarreaban su casa, hubiera significado el fin de los ejércitos. Las mujeres seguían a sus hombres en todos los frentes, estaban con los zapatistas, con Obregón, con Carranza. John Reed, periodista norteamericano le preguntó a una soldadera por qué luchaba en las filas villistas. La mujer señaló a su hombre y le contestó: “porque él lo hace”. Según El Paso Morning Times, el ejército de Pancho Villa tenía 17 mil hombres y 4 mil mujeres. Y así, hay muchas otras cifras que demuestran que sin las soldaderas, no hubiera habido Revolución Mexicana. No las olvidemos, en estos festejos del centenario, hay una deuda que saldar con todas aquellas mujeres que se quedaron en la parte de atrás del escenario de la vida y de la muerte. Salud a todas ellas.

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