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Hortensia Contreras

Lecturas para Mujeres de Gabriela Mistral

Del encargo que el entonces Secretario de la flamante institución para la Educación Pública, hiciera a la maestra y poeta chilena, Gabriela Mistral para analogar un texto cuyo título es “Lecturas para Mujeres” que sería editado por la misma SEP, hemos tomado algunas de las ideas expresadas y elegidas por la poeta chilena.

Aquí reproducimos algunas partes de la presentación del texto para compartirlas con el lector.


Cap. IV. LAS IDEAS. UN CONTINENTE HERMANO


¿Qué tiene que ver Gabriela Mistral con José Vasconcelos, una solitaria poeta y maestra chilena con un multitudinario político y filósofo mexicano?

Ante todo y sobre todo los une el hecho de que los dos bebieron de unas mismas aguas ideológicas: las del ideal bolivariano e iberoamericanista, tan en boga en ese momento.


¿De dónde sale ese modo de pensar?


Desde la independencia los intelectuales iberoamericanos esperaron el florecimiento de ideas y literaturas originales, y buscaron modelos de pensamiento y educación que se opusieran a los anticuados heredados de la colonia, que pudieran expresar su nueva condición.


Fue en las culturas francesa e inglesa, en las que encontraron respuestas. Lizardi en México se opuso al esclerotizado sistema educativo español, y encontró en la ilustración europea un modelo con el cual identificarse, que proponía el trabajo burgués contra el rentismo aristocrático. Se pretendía así cambiar la civilización latinoamericana y difundir aquí las ideas le los países modernizadores. Como algunos otros pensadores americanos, Vasconcelos creyó en la educación como la panacea para nuestros países y como solución social. Vasconcelos creyó que el libro era el instrumento para ese fin y tuvo fe en la palabra como toda aquella generación de pensadores latinoamericanos. Pero además, él contaba con el impulso real de la Revolución Mexicana, con su nacionalismo y su integración de las masas a la vida nacional. La febril actividad obrera que se desató en los Estados Unidos, vino a completar el cuadro. Los años veinte y treinta son de ebullición. Son esos los tiempos del vasconcelismo, del gran ideal latinoamericano que veía por fin una posibilidad de hacerse realidad en el único país de América que había vivido una Revolución: México.


Gabriela Mistral también vivió en ese ambiente febril. “Hace muchos años que la sombra de Bolívar ha alcanzado mi corazón con su doctrina”, escribía. De modo que los dos bebieron de las mismas aguas, las del ideal latinoamericano. El ateneísta Vasconcelos vivió en la capital de México los grandes acontecimientos de la Revolución y la poeta Gabriela Mistral en la atmósfera chilena el esfuerzo deliberado por acercarse a los pobres. Y los dos llegaron a lo mismo, y se propusieron en su medida la misma empresa: un proyecto de educación,, que era un proyecto de moral, de estética y de cultura. Mistral en su poesía y en su magisterio alaba alaba la quena y las lianas que se enredan en los grandes árboles de estas tierras, le canta al maíz y a los héroes de su historia, mientras Vasconcelos envía misiones de educadores, exalta las artesanías y edita a los clásicos. Mistral permanecía en lo mejor de fines del siglo XIX mientras Vasconcelos se adelantaba a los fines del XX. Los dos componían los extremos de una misma vocación, de un mismo objetivo, de un mismo momento histórico: el del ideal bolivariano, el de la utopía iberoamericana, el de la redención del pueblo. Por eso Vasconcelos invita a Gabriela Mistral a México y ella acepta venir. Por eso Mistral abandona su vida de acción pequeña y palabra sencilla y se une a la de la gran acción y retórica vasconceliana. Porque los dos creían lo mismo, en el hacer; porque los dos tenían ese misticismo, esa religiosidad profunda, esa idea de servir al pueblo y esa vocación de educar y entregarse con pasión a sus ideas. Porque los dos podían firmar aquella frase de Vasconcelos que decía “y aquel mi apasionamiento excesivo”; porque los dos estaban preocupados por la belleza (por la estética) y por la moral (por la ética), llenos de fe en la palabra y en el libro, profundamente nacionalistas.


Por eso Vasconcelos invitó a Gabriela Mistral a venir a México y ella aceptó. “Cumbre de la raza”, según se la consideraba, llegó aquí para conocerlo todo y como decía el filósofo, “darnos su opinión sobre lo que estamos haciendo y ayudarnos con su experiencia e intuición “. Vasconcelos quería de ella “que diera pláticas, que escuchara, que hablara con la gente, que escribiera”. Pero quería también servirse de ella para sus propósitos educativos. Porque entonces se creaba el mito de la muer que ayuda en las tareas de la reconstrucción nacional y que lo hace desde un lugar que es ideal para ella: el del magisterio.


Y ahora, vayamos con José Martí, el gran poeta cubano que nos refuerza en el: VALOR DE LA POESÍA


¿Quién es el ignorante que sostiene que la poesía no es necesaria a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara.


La poesía que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida.


¿A dónde irá un pueblo de hombres que haya perdido el hábito de pensar con fe en la significación y el alcance de sus actos? Los mejores, los que unge la Naturaleza con el sacro deseo de lo futuro, perderán, en un aniquilamiento doloroso y sordo, todo estímulo para sobrellevar las fealdades humanas; y la masa, lo vulgar, la gente de apetitos, los comunes, procrearán sin santidad hijos vacíos, elevarán a facultades esenciales lo que debe servirles de meros instrumentos y aturdirán con el bullicio de una prosperidad siempre incompleta la aflicción irremediable del alma, que sólo se complace en lo bello y grandioso.


JOSE MARTI


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