La expansión de los toltecas…
Los toltecas, palabra que quiere decir constructores, y en verdad lo fueron, crearon una Cosmogonía perfectamente organizada que explica la formación del mundo y sus transformaciones sucesivas.
El pueblo nahua, llamado tolteca, abandonó la zona que habitaba en el siglo XI, en un proceso de expansión que arranca de la ciudad de Tula (la antigua Tollán), en el estado de Hidalgo, y llega hasta el área de la cultura maya. Sus mitos y su religión son la etapa más alta y evolucionada del espíritu de un pueblo cuyo origen misterioso no ha podido ser fijado exactamente en el tiempo, ya que es posible que ellos fueran también los edificadores de la ciudad sagrada de Teotihuacán. Sea lo que fuere, lo cierto es que los toltecas dieron a sus bases religiosas y cosmogónicas una estructura tan precisa y una potencia tan rigurosa que las culturas posteriores, especialmente la mexica, las adoptaron como propias.
El caos primitivo…
En el principio era el caos, dice el mito de los Soles. Esta confusión de la materia original informe se deriva siempre, en el origen que del mundo ofrecen todas las religiones, de una oposición entre fuerzas radicalmente contrarias. Pueden ser la luz y la sombra, o el bien y el mal. En este caso lo que choca y combate y al fin se compenetra son dos elementos divergentes en esencia: el agua y el fuego.
¿Se ha podido pensar alguna vez en algo más distinto? Como todos sabemos, el agua apaga al fuego y éste devora y volatiliza al agua. ¿Cómo puede llegarse a esta unión imposible? De inmediato pensamos en los misterios del Cristianismo. Mas detengámonos un instante y lleguemos más lejos, hasta las mismas teorías científicas que nos hablan de las nebulosas primitivas y de la condensación de la materia, de inmensas masas ardientes de las cuales se desprendieron otras más pequeñas que serían después los planetas. ¿No están aquí fundidos en estrecho abrazo el agua y el fuego?
El primer sol…
Sobre el terrible caos que era el preludio de la vida en una Tierra aún no creada, velaban los dioses. Contemplaron el combate entre el agua y el fuego y se reunieron para deliberar:
-Es hora ya de aplacar esta batalla y dar nacimiento a la vida.
A su mandato, el fuego enloquecido y las aguas hirvientes se aquietaron, un oscuro silencio flotó sobre los mares y las tierras: el reino de la materia oscura había nacido. Y el primer Sol que dominaba sobe este mundo en sombra fue el Sol de Noche, o Sol de Tierra, simbolizado por un tigre.
Los dioses se alegraron, aunque pronto hubieron de convencerse de que su primer intento de crear la vida había sido un fracaso: el tigre devoró a todos los seres que poblaban la Tierra y ésta siguió girando en el espacio oscuro con la cara ya inerte de sus muertos.
El segundo Sol…
Los dioses se reunieron de nuevo y dijeron:
-Esta quietud y esta oscuridad no son buenas. Es preciso que nazca un nuevo Sol y que su espíritu corra sobre el mundo lleno de pureza: así, los habitantes de la Tierra conservarán su vida.
Entonces, una boca gigante comenzó a soplar sobre las llanuras y los mares, sobre los lagos y las montañas: había nacido el segundo Sol, o Sol del Aire, es decir, el espíritu puro cuyo símbolo era Ehécatl, una de las representaciones de Quetzalcóatl como dios del viento.
Pero los hombres hijos de esta segunda Era fueron torpes, y los dioses, furiosos, los convirtieron en monos. Grandes bandadas de estos animales corrían por todas partes y saltaban entre las ramas de los árboles chillando como locos y mostrando lo imperfecto de su condición puramente animal.
El tercer Sol…
Otra vez los dioses se reunieron en asamblea; y uno de ellos dijo:
-No debemos permitir que lo creado por nosotros siga viviendo tal como hasta ahora, porque esta vida es imperfecta. ¿Qué os parece que hagamos?
Tras de una larga deliberación, los dioses decidieron destruir el segundo Sol y las criaturas correspondientes a su Era. Furiosos, dieron sus órdenes y los cielos se estremecieron en toda su infinitud cuajada de estrellas.
Nació el tercer Sol como una gigantesca llamarada que iluminó los ámbitos celestes: era el Sol llamado de Lluvia de Fuego, y una tempestad de ardientes gotas cayó sobre la Tierra devorando las plantas y todos los seres vivos. Los vegetales, a causa de su inmovilidad, perecieron primero, y luego todos los animales, salvo las aves, cuyos cantos, plumajes y vuelos era lo único realmente hermoso que animaba la vida terrestre.
El cuarto Sol…
Y tras del Sol de Lluvia de Fuego los dioses crearon el cuarto Sol, el Sol de Lluvia de Agua.
Todos los niños saben lo que la Biblia cuenta respecto al Diluvio Universal. Pues bien, la Cosmogonía de los antiguos pobladores del valle de Anáhuac también incluye su propia historia de este diluvio, y lo mismo sucede en los mitos cosmogónicos de otras culturas en los puntos más diversos de la Tierra. Es evidente, desde el punto de vista científico, que esta semejanza puede significar sólo una cosa: que un tremendo cataclismo tuvo lugar en épocas remotas y que su recuerdo perduró en la memoria de los hombres cuando éstos tenían ya la capacidad necesaria para crear sus mitos.
El Sol de Lluvia de Agua aniquiló buena parte de lo creado al anegar toda la Tierra, pero dio origen a los peces, que llenaron los mares, los ríos y los lagos, con el inquieto rebullir de su vida submarina. Y fue entonces cuando los dioses creyeron que había llegado el momento de poner sobre la Tierra al hombre mismo.
El quinto Sol…
Reunidos los dioses, decidieron que el quinto Sol, llamado Sol de Movimiento, sería el padre del género humano. Mas para alcanzar este privilegio sobre los demás soles era preciso que surgiese dotado de una virtud no conocida. ¿Cómo alcanzar este merecimiento? Tras mucho discutir, los dioses llegaron a la conclusión de que sólo mediante el sacrificio de dos de ellos, el quinto Sol podría crear y alumbrar a los hombres que poblasen la Tierra. El padre Bernardino de Sahagún, en su Historia General de las cosas de la Nueva España, cuenta el desarrollo de los acontecimientos.
“Se juntaron los dioses…y dijeron los unos a los otros: ¿quién tendrá el cargo de alumbrar al mundo?”…A estas palabras respondió un dios que se llamaba Tecuciztécatl y dijo: Yo me encargo de alumbrar al mundo.
Luego otra vez hablaron los dioses y dijeron: ¿Quién será otro más?...Uno de aquellos dioses, al que nadie hacía caso y era buboso, no hablaba, sino que oía lo que los otros dioses decían. Estos le hablaron y le dijeron: -Sé tú el que alumbras bubosito, y él…respondió: -En merced recibo lo que me habéis mandado.
Los dos dioses hicieron penitencia durante cuatro días y un gran fuego fue encendido. El primer dios ofrecía, junto con su vida, objetos y cosas precios, incienso fino y joyas espléndidas. El dios buboso, llamado Nanahuatzin, sólo podía ofrecer como ofrenda, además de su vida, espinas de maguey ensangrentadas con su propia sangre, porque era pobre.
A la media noche del quinto día, cuenta Sahagún, “se pusieron delante del fuego” y los otros dioses dijeron: “¡Ea pues, Tecuciztécatl, entra tú en el fuego!”, pero el dios rico tuvo miedo. Tres veces probó, pero en ninguna se atrevió a arrojarse al fuego. Los dioses hablaron entonces a Nanahuatzin, el dios pobre: “Es pues, Nanahuatzin, prueba tú! Y como le hubieran hablado los dioses, esforzóse y cerrando los ojos…échose al fuego…” “Cuando vio Tecuciztécatl que se había echado en el fuego y ardía, arremetió y échose en la hoguera”.
Así, mediante el sacrificio de dos dioses, surgió el quinto Sol y nacieron los hombre en la Tierra.
Pero el antiguo mito cuenta también que el quinto Sol habría de ser aniquilado alguna vez para que la humanidad alcanzase la suma perfección. Una de las causes que influyeron en la derrota de los aztecas y en la sustitución radical de su cultura por la europea, fue la creencia que los aztecas tenían de que los españoles eran los emisarios de sus dioses encargados de cumplir sus mandatos.
Porque la leyenda de los Soles decía que el quinto Sol desaparecería arrasado por el sexto Sol, el Sol de los Terremotos, cuyo triunfo se lograría gracias a una sucesión de temblores espantosos: el secto Sol obtendría la purificación del hombre y la unión de su espíritu con el espíritu de la divinidad.
La leyenda de los Soles viene a ser, por tanto, una escala ascendente en el camino de la perfección. Primero, a partir de la nada, es la materia quien, merced a destrucciones y renovaciones sucesivas, cobra la necesaria pureza para que de ella nazca el hombre. Más tarde, es el hombre mismo quien habrá de sufrir este proceso depurador.
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