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Hortensia Contreras

Otros aspectos de las celebraciones navideñas

Las tradiciones se deben entender como parte del acervo cultural que forma la fisonomía particular y diferencial de un grupo o de una comunidad permitiendo la identificación y la cohesión de individuos con una historia e intereses comunes. Su valor radica en que constituyen en sí concepciones del hombre que, sin negar ni impedir su desarrollo, y tal vez con el fin de conseguirlo, mantienen su historicidad. Toda tradición es expresión de una continuidad que tiene su génesis en un pasado; surgida, por supuesto, de un hecho, se caracteriza por la conservación del mismo. Esta preservación no es inmutable sino dinámica, es decir, está sujeta a las influencias de las condicionantes de tiempo y espacio que permiten a cada generación y a cada ambiente cultural enriquecerla e imprimirle un sello propio.


Y no sólo esto; la tradición como elemento vivo y mutable, puede también tender a la desaparición por cambios de patrones culturales, debidos por lo general al influjo de elementos extraños. Por ello es importante mantenerla o rescatarla, no con la necia actitud de conservar costumbres anacrónicas o caducas que impidan la posibilidad de evolución, ni tampoco con la postura romántica de querer hallar en el pasado valores perdidos, tal vez como una especie de nostalgia por una lejana e ideal Edad Dorada sino considerándola como la sustentación y el cimiento sólido de lo propio, recóndito e íntimo.


Así, una tradición universal como de la Navidad cristiana ha adoptado rasgos singulares y distintivos en cada país, en cada región y en cada localidad, y sus modalidades e interpretaciones han estado condicionadas innegablemente por la sensibilidad y los recursos colectivos o individuales de cada entidad y de cada época. Esto nos permite referirnos a la tradición navideña mexicana, pues si bien los orígenes de esta festividad se sustentan en el fenómeno religioso del surgimiento del cristianismo y en la estructura eclesiástica del mismo, cuyos conceptos y modelos se desarrollaron en el llamado mundo occidental, éstos pasaron de la vieja España a la nueva como como consecuencia del descubrimiento del mundo americano y de la conquista material y espiritual, donde adquirieron valor propio dentro del mosaico pluricultural que conformaba y conforma todavía nuestro país.


El arraigo que tiene la celebración de la Navidad en el pueblo mexicano, que la concibe como un elemento que desde siempre ha formado parte de su ser, tal vez se deba al profundo contenido espiritual y emotivo que encierra esta festividad, o quizá se deba asimismo este enraizamiento, , según algunos estudiosos, a la coincidencia de festividades similares entre el calendario litúrgico católico y el calendario ritual indígena, puesto que el período de las celebraciones de Adviento concordaba con la conmemoración del mítico nacimiento de Huitzilopochtli, divinidad tutelar de los aztecas, que se efectuaba en el mes llamado Panquetzaliztli, correspondiente en el calendario juliano al lapso que va del 7 al 26 de diciembre.


El ciclo Navideño en México comprende desde el 16 de diciembre al 2 de febrero; abarca las Posadas, la Natividad del Señor, la Epifanía y termina con la Candelaria.

Un elemento significativo es, dentro de los adornos florales que no pueden faltar en cualquier fiesta o ceremonia de nuestro país, la Flor de Nochebuena (Cuetlaxóchitl), originaria de México, cuyo uso, al principio únicamente regional, se ha extendido universalmente en el mundo cristiano gracias a Joel Poinsett, primer embajador estadounidense en México, quien la llevó a su país para ser estudiada científicamente y en cuyo honor se le clasificó bajo el nombre de Poinsettia pulcherrima, y que ha venido a constituirse en símbolo navideño.


Sumado a lo anterior existen otras series de expresiones navideñas típicamente mexicanas en lo que atañe a su supervivencia como es la Celebración del Día de los Santos Inocentes:


La orden de los Betlemitas se estableció en México, según expertos, en el año de 1673. En la crónica de Antonio de Robles, encontramos esta noticia del 28 de diciembre de 1703: “Fiesta en los Betlemitas. Hoy día de los Santos Inocentes, se celebró en la Iglesia de los Betlemitas la fiesta de su título y la colocación y estrenos del retablo del altar mayor…”


Al suprimirse la orden en 1820 empezó la decadencia de esta fiesta en que se rememora la matanza de niños en Belén, por orden del rey Herodes, que quería matar al Niño Jesús.


Todavía se recuerda el viejo romance que principia, “La Virgen María camina a Egipto, huyendo del rey Herodes” y que termina trágicamente diciendo, “”Ay qué villanía, qué crueldad, las calles en sangre, bañadas están”.


Lo que so podemos explicar es por qué existe la costumbre de pedir en broma cosas prestadas, para devolverlas más tarde con regalos en miniatura. Hoy en día sólo en el mercado de la Merced se consiguen las charolitas de hojalata con juguetes en miniatura especiales para hombre y mujeres, típicos de esta fiesta, y las tarjetas con versos alusivos:


Inocente palomita

Que te dejaste engañar.

Sabiendo que en este día,

Nada se debe prestar.


O:


Herodes cruel e inclemente

Nos dice desde su fosa,

Que considera inocente

Al que presta alguna cosa.


Es posible que muy pronto de esta fiesta tan original no quede ni el recuerdo… por eso me he permitido mencionarla al recordar la Navidad en México, que es sin duda alguna, dentro del año, la celebración de mayor arraigo entre todas las esferas sociales y, por lo tanto, se manifiesta y proyecta en múltiples y variadas formas; y que, a pesar del carácter profano que han venido adquiriendo, se encuentran siempre el mensaje y la esencia religioso-emotiva que les dio vida.


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