(artículo aparecido en la revista Tiempo de México)
Ciudad de México, 1º. De diciembre de 1920.
A las doce en punto de la noche de ayer, para cumplir escrupulosamente el lapso constitucional, protestó como presidente el general Álvaro Obregón. Terminó así el accidentado proceso electoral que se inició el primero de junio del año pasado, cuando Obregón se lanzó como candidato presidencial independiente. Interrumpida la lucha política por la rebelión de Agua Prieta, se reanudó aquélla en el momento mismo en que De la Huerta ocupó la presidencia.
La candidatura de Ignacio Bonillas sucumbió con el régimen carrancista. El general Pablo González, que se unió a la rebelión contra Carranza, renunció a su candidatura presidencial el 10 de junio pasado para evitar, según dijo, nuevas divisiones entre los revolucionarios y el ejército. Después, en Monterrey -a donde trasladó su domicilio- el general González se vio envuelto en un connato de sublevación, encabezado por su antiguo subordinado Jesús M. Guajardo. Se le procesó militarmente y se le declaró culpable; sin embargo, a unas horas de pronunciado el veredicto, una orden del general Calles, entonces secretario de Guerra, lo puso en libertad absoluta. En ese acto pudo adivinarse el espíritu conciliador del presidente De la Huerta.
El 19 de julio, el Partido Nacional Republicano postuló candidato presidencial al ingeniero Alfredo Robles Domínguez, a quien también apoyó el Partido Católico. La larga trayectoria revolucionaria de Robles Domínguez no fue suficiente elemento de fuerza política, pues esos partidos carecieron de verdadero arraigo popular y su campaña, más que una oferta de gobierno, se convirtió en una requisitoria contra Obregón.
El 1º. De agosto, Obregón anudó los hilos de su campaña interrumpida y en menos de cuatro semanas recorrió nueve estados. Tlaxcala, Puebla, Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Chiapas, Campeche y Yucatán. En Mérida pronunció un importante discurso en el que, después de una década de guerra civil, hizo un llamado a “reconstruir la patria que hemos semidestruido…a reconstruir la patria del futuro”.
Las elecciones efectuadas el 5 de septiembre fueron pacíficas y copiosísimas, las más copiosas de nuestra historia, pues acudieron a ellas 1,181,550 ciudadanos. De ellos 1,131,751 votaron por Obregón y sólo 47, 422 por Robles Domíngez; los 2, 377 votos restantes se repartieron entre varios candidatos, entre ellos el pintoresco abogado Nicolás de Zúñiga y Miranda.
La elección del general Obregón muestra que el candidato no se atuvo exclusivamente a su prestigio de general victorioso, sino que delineó, a través de su campaña, un programa de gobierno avanzado, el cual ha despertado esperanzas entre los grupos más numerosos, necesitados, coherentes y aguerridos de nuestra sociedad: los campesinos y los obreros.
Los obreros, que recientemente han olvidado sus resabios de apoliticismo anarquista, y que aprendieron mucho en su primera experiencia electoral -aunque sin ganar- como Partido Socialista Obrero, se reorganizaron el 29 de diciembre del año pasado en el Partido Laborista Mexicano, bajo la dirección de Eduardo Moneda, Francisco Castrejón y Celestino Gasca.
El laborismo apoyó vigorosamente a Obregón, y Luis Napoleón Morones, el pujante líder de la CROM, fue celoso compañero de campaña del hoy presidente.
El Partido Nacional Agrarista constituyó otro apoyo fundamental para Obregón. Nacido apenas el 13 de junio pasado, gracias a los esfuerzos de Antonio Días Soto y Gama y Felipe Santibáñez, este partido tiene verdadero arraigo campesino, pues no nació del centro a la periferia, sino al contrario: los clubes agraristas, organizados en los estados con mayor tradición al respecto, fueron las células que dieron vida al partido.
Sin embargo, fue la clase media, almácigo de políticos, el primer sector que pensó Obregón en organizar políticamente. En efecto, y al parecer a través del general Benjamín Hill, uno de sus hombres más cercanos, el hoy presidente de la república, propició que Jesús Acuña y Pastor Rouaix fundaran el Partido Liberal Constitucionalista.
Tantos elementos novedosos permiten pensar que el régimen obregonista, nacido hoy, puede significar un cambio cualitativo en la vida política nacional.
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