Hoy vamos a transcribir la tercera parte del ensayo de Fernando Serrano Migallón con el tema:
TEORÍA Y JUEGO DE LA LITERATURA REPUBLICANA EN MÉXICO
…García Lorca recuerda cómo alguna vez, “en un concurso de baile de Jerez de la Frontera, se llevó el premio una vieja de ochenta años contra hermosas mujeres y muchachas con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo; pero en la reunión de musas y de ángeles que había allí, bellezas de forma y belleza de sonrisa, tenía que ganar y ganó aquel duende moribundo que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados”. Ese duende que se rebela y que se niega a morir es la sustancia de la permanencia histórica de las letras republicanas; de ahí también su transformación al contacto con el duende de lo muy mexicano; a diferencia de lo que acontecía con la poesía de la pre-guerra española, la narrativa del exilio parecía girar sobre sí misma. Si bien es verdad que la República, como en todos los géneros y formas artísticas, fue un aliciente y una bocanada de aire fresco para la narrativa, es válido decir que los narradores del exilio encontraron mejores espacios y oportunidades para ejercitar su talento y expresar sus preocupaciones en territorio mexicano.
Los narradores llegados a nuestro país son muchos y con variadas suertes y formas de expresión, algunos de sus nombres, como Pedro Salinas y Max Aub son parte importante de las letras mexicanas del siglo XX y si la poética encontró campo fértil y espacio abierto en nuestro país, ese efecto se multiplica con la narrativa. La novelística del exilio viene a encontrarse con la novela de la Revolución, en sus últimas etapas creativas, con nuevas formas de expresión en prosa como las ejecutadas a caballo entre el ensayo y el cuento, como las practicaba Alfonso Reyes, así como las corrientes europeas y latinoamericanas de una novelística que comenzaban a ganar adeptos en las nuevas generaciones.
Pedro Salinas, mejor conocido como poeta, fue uno de esos narradores que pudieron desarrollar su actividad en México y publicar desde casas editoras tan importantes y reconocidas como el Fondo de Cultura Económica. Otro de los autores en tránsito de géneros, o más bien de intelectuales dados a la pluma es Luis Santullano, que sirvió hasta su muerte en el Colegio de México y que fuera su secretario bajo la presidencia de Alfonso Reyes. Santullano es uno de los primeros autores que ponen en evidencia las distancias lingüísticas entre el exilio y su sociedad huésped, a través de un hábil manejo de los dialectismos y regionalismos.
El poeta granadino afirma que todos los países y todas las artes tienen capacidad de duende, de hecho, comparten la posibilidad de duende, de musa y de ángel, y hace algunas observaciones curiosas, por ejemplo, de Alemania dice que tiene, con excepciones, musa; o Italia que permanentemente tiene ángel, mientras que España “está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte”; y en efecto, de México podríamos decir que tiene tanto de duende como de musa, y, en ocasiones, algo de ángel y que, como España, es un pueblo abierto a la muerte. Adelanta Federico diciendo que “en todos las países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España no. En España se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún otro sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera”. En México ocurre lo mismo, la dialéctica entre vida y muerte, sublimada en las calaveras de Posada, herederas desconocidas de aquellas del sueño de Quevedo, encuentra en la dicotomía vida-muerte que representa el exilio, un campo fértil para su desarrollo.
Si la guerra había sido la muerte, México era la esperanza de vida y, con los años que transcurrían sin cambios en la Península y con una política internacional más favorecedora al régimen de la dictadura, la certeza de la tumba y el lugar de reposo; Diego Martínez Barrio hizo una concentrada visión del exilio español, sobre todo referida a esta tensión entre vida y muerte: “Los españoles amamos a ese país con el caudaloso y violento amor con que amamos al nuestro propio, sin distinguir ya entre uno y otro pues si para la gran mayoría España fue la tumba de los padres, México ha sido la cuna de los hijos.”
Dinámica también presente en dos de los más grandes poetas del exilio; Pedro Garfias, famoso ya por su pertenencia al grupo ultraísta de la década del 1920, publicó en México el que la crítica coincide en señalar como su mejor libro, “Río de aguas amargas”, de 1948; su proximidad a Góngora y a Manrique -con quien se hermana por la pérdida del padre al que nunca volvería a ver después de la guerra-, son una auténtica renovación del verso de los siglos de oro. Luis Cernuda es, como Garfias, un poeta cuya obra se aprecia cada vez mejor con el tiempo. Cernuda llegó a México después de un largo éxodo; solitario y a veces amargo, en el que la guerra y la derrota de la República no son sino metáforas de la caída condición humana. En “La Realidad y el Deseo”, editada por segunda vez en México en 1940, acentúa el sentimiento de que la patria que expulsa es también la pérdida del paraíso de lo humano y no sólo de la peculiar circunstancia histórica que le correspondió vivir a España en aquella época. Pese a todo, México parece ser para el poeta, un reposo que su propia patria de origen no podría darle nunca.
No comprendo a los hombres. Más algo en mí responde
Que te comprendería, lo mismo que comprendo
Los animales, las hojas y las piedras,
Compañeros de siempre silenciosos y fieles
Todo es cuestión de tiempo en esta vida,
Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
Por largo y vasto, al otro pobre ritmo
De nuestro tiempo humano corto y débil.
El exilio español desarrolló una personalidad basada en elementos como la inteligencia y el honor, una personalidad que entendía como intransigencia, el hecho de que Franco no era siquiera un dictador de facto, sino un soldado rebelde que había secuestrado a las instituciones españolas. Ello trajo consigo una serie de conductas que se identificaban con el sentimiento de los españoles en el exilio, su rígido código social y su moral colectiva les impedían hacer viajes a España, aunque la situación legal o política lo permitiera, en ningún caso se podía reconocer factibilidad alguna al gobierno franquista y en general, toda la vida del exilio giraba en torno al orgullo de la libertad y la democracia, la dignidad y el honor. Un patrimonio que podía ser transmitido de generación en generación y que debía ser conservado como un lenguaje común, es decir, como un tesoro.
Esa moral colectiva les permitió aportar a la sociedad mexicana una serie de elementos culturales, educativos y científicos que, con los años, fueron perdiendo la tesitura propia del exilio para convertirse en legados comunes a todos los mexicanos; ello representa un éxito histórico pues no se trata de una simple asimilación, sino de la constancia de un grupo que se integró a la sociedad mexicana, la hizo suya y se hizo parte de ella.
Profético, García Lorca lo sabía, por eso, en su “Teoría y Juego del duende” afirmó categórico: “En el mundo, solamente Méjico puede cogerse de la mano con mi país”. Así fue, así ocurrió esta transmigración del duende con el que todavía luchamos y del que podemos esperar, aun, innumerables batallas.
…yo no soy un refugiado que llama hoy a las puertas de México para pedir hospitalidad. Ma la dio hace diez y seis años, cuando llegué aquí por primera vez, solo y pobre y sin más documentos en el bolsillo que una carta que Alfonso Reyes me diera en Madrid, y con la cual se me abrieron todas las puertas de este pueblo y el corazón de los mejores hombres que entonces vivía en la ciudad…Españoles del éxodo y del llanto, México os dará algún día una cama como a mí. Y más todavía. A mí me ha dado más… Tal ha sido mi fortuna en esta tierra, que ahora, viendo que los dados salen siempre a mi favor, me pregunto como Zaratustra: “¿Seré yo un tramposo?”.
León Felipe
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