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Hortensia Contreras

Rosario Castellanos

Rosario fue ante todo una mujer de letras, pronto vio claramente su vocación de escritora y ejerció siempre el oficio de escribir. Amó esencialmente la literatura, la estudió, la divulgó. Fue un ser completo ante una tarea concreta: la escritura, y siempre se comprometió con ella. Su vida nos enseña mucho sobre nosotras mismas, sus conflictos personales analizados a la luz pública nos ayudan a comprendernos, su tono intimista e irónico nos obliga a bajar el nuestro, a sonreír, a reír, a no tomarnos en serio. Lo que Rosario tenía de valioso estaba en sí misma, y aunque mujer pública no se puede disociar a Castellanos de lo que representó para sus contemporáneos.


El día 15 de febrero de 1971 es un día clave en la causa de la mujer. Rosario pronuncia un discurso en el Museo Nacional de Antropología e Historia de la ciudad de México. Habla del trato indigno entre hombre y mujer en México y sus palabras la convierten en precursora intelectual del movimiento de liberación de las mujeres en México, Por primera vez, a nivel nacional, Rosario denuncia la injusticia en contra de la mujer y declara que no es equitativo ni legítimo que uno pueda educarse y el otro no; que uno pueda trabajar y el otro sólo cumple con una labor que no amerita remuneración, el trabajo doméstico; que uno es dueño de su cuerpo y dispone de él como se le da la real gana mientras que el otro reserva ese cuerpo no para sus propios fines sino para que en él se cumplan procesos ajenos a su voluntad. Ese grito de Rosario -porque grito fue- tuvo una amplia resonancia. Nadie hasta entonces, y ya entonces había diputadas y senadoras, se había ocupado realmente de la condición femenina. Hasta 1971, las mujeres en el poder eran asimiladas por él, su voz no se aislaba en la unidad del coro por temor a perderla, las mujeres adoptaban el patrón de los hombres y triunfaba “el hombre” que había en ellas. Rosario, ya dentro del entramado oficial, gritó y lo hizo airadamente, porque toda su obra, partir de 1955, estaba encaminada hacia ese grito de denuncia. De hecho, el grito era su obra misma, ya que Rosario Castellanos se la pasó tratando de explicarse a sí misma y de explicarnos qué significaba ser mujer y ser mexicana.


Rosario, esa mujer “que gritó en un páramo inmenso”, es uno de los ejemplos más sólidos de vocación literaria que se ha dado en México. Rosario, en medio de una vida cotidianamente agitada, pudo crear, pudo verter en letras una obra admirable. Entre el año de 1948, en que se publicó su libro de poesía “Apuntes para una declaración de fe”, y 1974, año de su muerte, salieron once libros de poesía, tres de cuento, dos novelas, cuatro de ensayo y crítica literaria, una obra de teatro “El eterno femenino”, y un volumen que reúne gran parte de sus artículos periodísticos: en total veintitrés libros a lo largo de veintiséis años.


Trabajó mucho Rosario, hasta su muerte el 7 de agosto de 1974. Honró a su país, podía si la llamaban irse tranquila porque había pagado su tributo a la tierra; pudo incluso hacer un encargo a la posteridad:


Cuando yo muera, dadme la muerte que me falta

Y no me recordéis.

No repitáis mi nombre hasta que el aire sea

Transparente otra vez.

No erijáis monumentos que el espacio que tuve

Entero lo devuelvo a su dueño y señor

Para que advenga el otro, es esperado

Y resplandezca el signo del favor.


Rosario murió en la forma más absurda, al tratar de conectar una lámpara en su casa de Israel. La descarga eléctrica la mató y falleció solita a bordo de la ambulancia que la llevaba al hospital. Nadie la vio, nadie la acompañó. Al irse se llevó su memoria, su risa, todo lo que era “su modo de ser río, de ser aire, de ser adiós y nunca”. En Israel le rindieron grandes honores. En México, la enterramos bajo la lluvia en la Rotonda de los Hombres Ilustres. La convertimos en parque público, en escuela, en lectura para todos. La devolvimos a la tierra.


(tomado prestado de un texto entrañable de la también periodista Elena Poniatowska

“Vida, nada te debo”, oct. 1985)

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