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Hortensia Contreras

Poesía española en el exilio en México. Parte II

El duende del Exilio (sigamos con el texto de Fernando Serrano Magallón)


Y, ¿Qué es aquello que hace peculiar a la literatura del exilio republicano en México?, ¿por qué aun inscribiéndose en la gran corriente de la literatura española y mexicana de su tiempo, permanece idéntica sólo a sí misma?, en palabras de Gallegos Rocaful, “¿cuál es su misterio?”

Este misterio o secreto si se prefiere, es aquello que Federico García Lorca, el primero de los exiliados que nunca logró salir de la Península, perfiló como “el espíritu oculto de la dolorida España”, lo mismo que en una palabra aprehensible pero indefinible llamó el duende.

Como afirma García Lorca: “En toda Andalucía, roca de Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo descubre en cuanto sale son instinto eficaz. El maravilloso cantaor El Lebrijano, decía: Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo, y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase. Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende. Y no hay verdad más grande.”

El duende es el poder de la expresión, el mismo García Lorca lo ubica en algunos intentos de explicación, pero el duende no es sólo la expresión telúrica de la literatura dionisíaca, ni sólo el poder indefinible que Goethe percibía en las interpretaciones de Paganini, es eso y más que sólo eso, es la salida al mundo de las fuerzas que crearon y sostienen el sentimiento español confrontado al mundo, esos negros y esas saetas de Semana Santa, el gemido que se transforma en danza frenética y, al mismo tiempo está presente en la poesía sosegada de Emilio Prados:

Abierta la ventana,

Se derramó en el cuarto

Gota a gota, la luna

Como el agua en un vaso.

Tomemos pues así, como Virgilio, a García Lorca. El granadino afirma que el duende “es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: el duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies”. Así, el duende no es la conquista del estilo, ni siquiera el esfuerzo que permite dominar una técnica por compleja que parezca; se trata de ligar, con un espíritu antiquísimo, la validación en el acto de los valores que permanecen en la cultura como potencias ancestrales.

Porque, el exilio lo demuestra, el duende transmigra a todo aquello que el espíritu ibérico toca.

Porque el duende es lucha, conquista sin descanso y no camino de perfección; dicho de otro modo, quien quiere tener arte debe domeñar al duende si es que lo tiene. Federico, poseído de su propio duende, sabe que el artista no combate en realidad con el ángel, eso es don de profecía y capacidad de obrar milagros, que no pasan de ser trucos o ingenios como el mono parlante de Cervantes, quien viene del cielo y se derrama como una gracia para el inocente que está de paso; tampoco es inspiración de la Musa, que sopla y dicta y del cual el artista es mero escribano o secretario laureado. En ambos casos, Ángel y Musa, viene de fuera, aparecen y desaparecen y a veces, por su elección se dejan domeñar. El duende es otra cosa. Es un batallar con uno mismo por hacer perceptible la fuerza que domina al artista, por traducir en expresiones inteligibles la presencia del duende que: “Quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos….”

Por eso, desde Max Aub hasta Ramón J. Sender, pasando desde luego por María Zambrano, toda la literatura del exilio es esta lucha por dejar salir el duende en cauces navegables.

Max Aub, caso un de los más esforzados en su lucha con el duende. Complejo, irónico, de excelente pluma y trabajo bien realizado, Aub se caracteriza por la amplitud de miras que abarca tanto novela como poesía, teatro y crítica; en él la complejidad de su experiencia vital se traslapa a su literatura para completar un corpus complicado y duro de penetrar por la crítica, y sin embargo, su obra es de una humanidad muchas veces conmovedora, de una resistencia implacable y de una ironía fina y descarnada. Para Aub, la pasión no desluce el sentido épico de su narrativa, pues en el fondo se trata de una obra de ética en conflicto, de sentido humano en la dinámica del sufrimiento histórico.

Duende tuvieron también sin duda, *Alvaro de Albornoz, Manuel Andújar, Agustí Bartra, José de la Colina, Cecilia G. de Guilarte, Rosa Chacel.

Hay de todo en esta galería de escritores que nos trajo el mar, narradores, ensayistas, poetas.

(en la siguiente entrega concluiremos con el texto de Serrano Migallón)

Hasta la vista!


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