El pasado día 10 de abril, México recordó el brutal asesinato de uno de los caudillos más emblemáticos del movimiento armado que sacudió al país desde 1910. Hoy, abril de 2019, se cumplen cien años de la traición que llevó a la muerte el general Emiliano Zapata. Nacido hacia 1879 en el corazón del estado de Morelos, situado en el centro de la actual República Mexicana como miembro de una familia destacada de su comunidad donde muy pronto se le reconoció como un hombre valiente, luchador social y que se ganó por méritos que sus vecinos lo nombraran calpuleque de su pueblo natal, Anenecuilco. Este puesto era concedido a aquel que estaba destinado a hacer valer los documentos de propiedad otorgados a los pueblos desde la época virreinal.
Emiliano no fue analfabeta, ni pobre, ni jornalero. Siempre tuvo el orgullo de ganarse la vida de modo independiente. De su juventud se conoce poco, pero este ranchero independiente no era borracho, ni parrandero , ni jugador, pero si “muy enamorado”. Años después de muerto las ancianas de su pueblo lo recordaban suspirando: “Era muy valiente y muy chulo”.
En 1910, después de vanos intentos de ser escuchados por las autoridades, Emiliano Zapata inicia su revolución. Poco a poco va creciendo su ejército. ¿Por qué lo seguía la gente? Unos por odio a los hacendados, otros por un ansia sencilla de libertad y justicia. Él es uno de los primeros revolucionarios en entrevistarse con Francisco Madero pero pronto se da el desencuentro por las evidentes señas de debilidad de éste último.
Zapata era un hombre de convicciones absolutas por eso no pudo entender a Madero. Aquel desencuentro entre dos hombres de fe sería uno de los momentos más trágicos de la Revolución.
“Perdono al que mata, al que roba -solía repetir Zapata- que quizás lo hacen por necesidad. Pero al traidor no lo perdono”. Vivía obsesionado por la traición, y desgraciadamente, por traición tendría que morir. “…Todos los campesinos que tengan un arma en la mano deben presentarse, hemos decidido reclamar la tierra por fuerza de las armas”.
Después de años de lucha, a Zapata no lo esperaba la victoria sino el trágico desenlace. Zapata, quien repudió siempre la traición, murió víctima de la misma, maquinada cuidadosamente por el coronel Jesús Guajardo y su jefe el General Pablo González, sustentados por el presidente Carranza. Y allí, en Morelos, en la hacienda de Chinameca se consuma el crimen. El 10 de abril de 1919, a la una y media de la tarde, las tropas de Guajardo le disparan al general y a su escolta a quemarropa y el inolvidable general Zapata cayó para no levantarse más.
Después de su muerte a traición, Zapata es llevado a Cuautla. Lo muestran boca arriba. De todos los pueblos vienen los campesinos. Varios días dura el silencioso desfile. Niegan con la cabeza, nadie cree, o quiere creer: le falta una verruga, le sobra una cicatriz, ese traje no es el suyo, puede ser de cualquiera esta cara, hinchada de tanta bala. Los campesinos de Morelos no creen, ni creerán nunca, que Emiliano Zapata pueda haber cometido la infamia de morirse y dejarlos solitos…
Hortensia Contreras
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